El responsable de títulos como Atomic Blonde (2017) y Deadpool 2 (2018), David Leitch, en Tren bala hace válida su capacidad para elaborar una película a partir de un chiste, y se da vuelo tomando recursos que otros directores han convertido en su especialidad, para hacerlos suyos sobre una base sólida y ensayada que le permite ir más allá de su rango acostumbrado dentro del entretenimiento.
Lo anterior, mientras la historia tomada de la novela Maria Beetle, de Kotaro Isaka, acerca de un puñado de asesinos a sueldo que abordan un tren que va de Tokio a Marioka, cuyas misiones aparentemente independientes terminan estando relacionadas, le aporta el grado de trasfondo necesario para alejarse de la total frivolidad manteniendo el nivel de espectáculo en las secuencias trepidantes y explosivas, las cuales llegado el momento, aprovechan las posibilidades de tener como escenario un tren bala.
Los rompimientos narrativos al estilo de Guy Ritchie con su Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998) y Snatch (2000), al experto en doblar escenas de acción, le sirven para ir y regresar a través de montajes alternos que dentro de una trama plagada de giros casi absurdos, revelan con ironía las causas de acciones clave aparentemente incidentales, para generar los instantes fugaces en los que contrapone la naturaleza de la casualidad con los conceptos de suerte y destino; dándoles el respectivo remate satírico que sofoca los atisbos de solemnidad.
Tales apuntes que, tampoco llegan a ser profundos ni mucho menos, pero sí empujan algunos cuestionamientos, aterrizan gracias a conversaciones que pretenden emular el estilo Tarantino, de perspectivas punzantes que le dan la vuelta a lo cotidiano, pero sin alcanzar los niveles de ingenio propios del autor de Perros de Reserva (1992) y Pulp Fiction (1994), provocando por ello algunos tropiezos en el ritmo de un relato, que aun así logra encarrilarse hasta alcanzar la intensidad de la épica asiática y los excesos melodramáticos, de los que no pierde oportunidad de reírse.
Por otro lado, la extravagancia de los personajes encuentra sentido en un universo vestido por una estridente interpretación de la cultura pop japonesa, además de presentaciones videocliperas al estilo de Jan Kounen y su Dobermann (1997). Los cameos y las participaciones de estrellas hollywodenses en papeles pequeños, no sólo cumplen con sorprender gratamente al espectador, sino que dan fe de la camaradería y el corazón detrás de un proyecto, el cual al igual que el mismo Brad Pitt a cargo del protagónico, no se toma tan en serio, lo cual ya de entrada le pone por encima de recientes y prefabricados estrenos tipo El hombre gris (2020).
Tren bala no niega ser un pastiche de estilos, lo asume con desfachatez, se ríe de ello, le saca provecho y pese a sus inconsistencias, funciona entregando un divertido delirio sin demasiadas reticencias en cuanto a las dosis de sangre, que resulta un comedia negra bastante divertida y un más inteligente de lo que parece.