Parte de los vínculos que establecemos con otras personas se relacionan con la forma en que nos hacen sentir con nosotros mismos, invitándonos, o incluso a veces empujándonos, a creer que existe algo que nos hace merecedores de su cariño y admiración, despertando el deseo o la necesidad de descubrir qué es.
Dicho sentimiento sirve en “El viaje de Yao” como el motor de un relato de auto descubrimiento, en cuyo desarrollo el director Philippe Godeau —“Le dernier pour la route” (2009)—, estira con soltura el conflicto, al grado de volverlo sumamente ligero y, por ende, digerible, dejando que acciones y frases simples, en conjunción con escenarios de belleza evocadora, secuencias costumbristas y alguna cita a poetas, como Léopold Sédar Senghor, adquieran una inesperada y sutil profundidad.
Es por ello que resulta fácil hacerse cómplice de su protagonista, un afamado actor residido en Paris que vive rodeado de lujos, y que, al visitar el país de origen de su familia para presentar y promocionar su libro, se encuentra con un niño que viajó 387 kilómetros para poder verlo, razón por la que decide llevarle de regreso a su casa ubicada al noreste de Senegal.
Claro, en este enganche que la película consigue con el espectador también tiene que ver el ya conocido carisma de Omar Sy —“El llamado Salvaje” (2020)—, quien lleva el rol principal, y la química que encuentra en el pequeño Lionel Basse, la cual le sirve de base para hacer de los pequeños gestos su herramienta principal a la hora de darle la fuerza emocional necesaria a la reflexión, que plantea un encuentro no violento pero si esclarecedor, con los orígenes y la identidad extraviada en la comodidad del no preguntar, no exenta de una mustia insatisfacción.
“El Viaje de Yao”, por su título para Latinoamérica, no niega su afán de alcanzar al gran público priorizando el entretenimiento, aprovechando sin tapujos los escenarios africanos y haciendo de las diferencias del lenguaje un valor agregado; pero, al mismo tiempo, evita la frivolidad con apuntes claros a la hora de integrar conceptos como el destino y los sueños infantiles, así como contener el sentimentalismo excesivo en los inevitables desencuentros, equilibrándolo con la ingenuidad de las sonrisas.
Se trata pues de una producción francesa en la línea del “road movie” sin mayores pretensiones que la de ofrecer una muy agradable reflexión, en el espíritu de “Everything's Gonna Be Alright” de Bob Marly, canción que forma parte del soundtrack. Ya está disponible en plataformas digitales.