A finales de julio pasado, un grupo de encapuchados robó 11 mil pesos de una gasolinera en Pachuca. Testigos del atraco dijeron que los sospechosos se escaparon por el mismo rumbo de donde se les vio venir: un pintoresco cerro de casas de colores, donde cinco años atrás el Gobierno federal inauguró el primer y más grande macromural de México, creado con la misión de “construir paz contra la violencia” en una de las barriadas más segregadas de la capital de Hidalgo.
Dos años después de estrenada esta obra, que ha sido incluso retomada como un ejemplo de iniciativas transformadoras por la prensa extranjera, Benjamín, un famoso tautador del mismo barrio, quien por cierto aparece en uno de los videos que promueve el macromural, fue baleado cuando acompañaba a una clienta a tomar el transporte, después de tatuarla. Él murió y ella se salvó en el hospital, al que llegó en un taxi que estaba cerca de la escena del crimen.
¿Puede la brocha y la pintura transformar arraigados contextos de violencia e inseguridad? El artista visual y muralista Polo Castellanos considera que estos proyectos “se usan para tapar el sol con un dedo”, pues, a su ver, no influyen en la reconstrucción del tejido social debido a que no están planteadas desde un punto de vista comunitario, por lo que se convierten en mera “decoración y maquillaje para las zonas marginales”.
Y es que tampoco hay cifras que nos permitan medir el éxito de esta intención. El periodista hidalguense Emmanuel Ameth compartió en un artículo de octubre de 2018 que el municipio de Pachuca carecía de estadísticas sobre la incidencia delictiva en el barrio de Palmitas y otras zonas históricamente conflictivas. Sólo están los reportes noticiosos y policíacos de que la realidad aún está lejos de cambiar.
Los propios policías municipales citados por Alejandro Reyes, reportero de la ciudad, afirman que aún hoy en Palmitas y en colonias cercanas “se vende mucha droga o se puede ver a muchos niños drogándose”.
A pesar de todo, los impulsores de la causa con la que se logró pintar la fachada gris de 659 casas, con una inversión cercana a los 5 millones de pesos entre 2015 y 2018 defienden el poder del arte urbano en espacios donde las consecuencias del abandono se reflejan en el día a día.
“Siempre te vas a encontrar con el vecino que por el mismo desgaste social piensa que ya no hay solución ni posibilidad de cambio”, cuenta Enrique Gómez, el Mibe, uno de los creadores del macromural e integrante del Colectivo Germen Crew.
“Resultó como una forma de inspiración para adaptar y reinterpretar” el espacio público, no sólo en Pachuca, ya que, insiste, el proceso de creación involucró un ejercicio de participación ciudadana en el que, al menos durante los años en que los artistas urbanos escalaron las empinadas calles de Palmitas, se hizo mucho por fortalecer los lazos de la sociedad.
De ahí que sea importante no sólo promover la cohesión social durante la creación de estos murales, sino en otras actividades que le den continuidad. Así lo remarcó la socióloga Juana Juárez Romero: “es un poco como la educación cívica, no parecería que realmente abone e incida en tener una ciudadanía más fuerte”, pero lo hace a través de la constancia.
Estos ejercicios carecen de una ruta crítica que sea realmente social, salvo por la parte en la que específicamente participan en el tiempo de la realización del muralPolo Castellanos/Muralista
De acuerdo con la académica de la Universidad Autónoma Metropolitana, los murales “pueden ser muy positivos” para una población como la mexicana, “incluso pensando en la tradición de los murales prehispánicos, que apelaban al espíritu del orden colectivo”, que pueden permear a la población un sentido de tradiciones y valores locales.
En el tema de la continuidad coincide Castellanos, al advertir que estos ejercicios carecen “de una ruta crítica que sea realmente social, de participación de la ciudadanía, salvo por la parte donde específicamente participan en el tiempo de la realización del mural”.
ALEGRAR Y HACER QUE EL ESPACIO HABLE
Iván Rivera y Joel Merino encontraron en las paredes y muros de sus ciudades natales un espacio para plasmar sus ideas y abordar las tradiciones y costumbres con las que nacieron.
Ambos comenzaron a crear motivados por el gusto por el dibujo y bajo la sombra del graffiti; ahora apuestan por compartir sus visiones a través de murales de grandes dimensiones, para "darle vida" a las paredes de Querétaro y Oaxaca.
Iván, mejor conocido como Jonky, se describe como un amante de la cultura, la gastronomía y las tradiciones mexicanas. Comenzó a hacer murales temáticos desde antes de que cumpliera 20 años, para retratar los usos y costumbres de su hogar, la Villa del Pueblito, un famoso rincón del municipio de Corregidora, en Querétaro, donde la fiesta es un lugar común.
Me gusta hacer cosas coloridas y muy vivas porque eso hace que las calles cambien y te hace sacarte un poco de tu día a díaJonky/Artista urbano
El joven de 33 años encontró en esta práctica una oportunidad de modificar “la dinámica social de los espacios”, y hasta “para alegrarle el día” a sus vecinos, quienes se ven reflejados en esos muros que retratan las fiestas del “Paseo del Buey” o la “Batalla del Moro y el Soldado”, dos tradiciones muy arraigadas en El Pueblito.
“Me gusta hacer cosas coloridas y muy vivas porque eso hace que las calles cambien y te hace sacarte un poco de tu día a día", dice Jonky, al considerar que los problemas de empleo, de dinero, los familiares o de la política abruman a la sociedad, que a veces no tiene mucha oportunidad de esparcimiento.
Joel, de 31 años, hace lo propio en San Juan Copala, una comunidad triqui oaxaqueña que para él es un enorme lienzo de oportunidades para dar a conocer las costumbres de su tierra natal y expresar su identidad, pues considera que los referentes actuales son "de la comunidad mestiza, pero ninguno parte de los pueblos originarios".
Compartirle a la gente nuestras costumbres, explicarlas. ¿Por qué las mujeres usan huipil y por qué los hombres gaván? Es como tratar de decir que aquí estamos y resistimos a través del tiempoJoel Merino/Artista urbano
APROPIARSE Y DAR IDENTIDAD AL “NO LUGAR”
En su Teoría de la Sobremodernidad, el etnólogo Marc Augé propone el concepto “No Lugar”, con el que define a los espacios de tránsito masivo, vacíos de identidad, iguales en cualquier lugar del mundo: las avenidas, los aeropuertos, las estaciones del Metro, los cruces peatonales o los semáforos.
Son estos No-lugares y su inmobiliario los sitios que los artistas urbanos intervienen. Los espacios de los que se apropian y que transforman con la intención de dar identidad al lugar por donde transitan, en el cual viven y donde se comunicanMarc Augé/Antropólogo
Así, el “No lugar” se vuelve un área de oportunidad, un lienzo que se ofrece para una expresión franca y abierta. “Es intrínseca la idea de la transformación y de que nada es permanente”.
Los espacios abandonados son recuperados y ocupados como sitios de expresión: fábricas, casas y locales deshabitados pasan a ser galerías de entrada libre, aunque a veces arriesgada, destaca Itzel Valle, en su artículo Apropiación gráfica del espacio público.
“Se pueden hacer instalaciones, collages; imprimir directamente las imágenes en las paredes con radiografías convertidas en planillas; dibujar en una calca; serigrafiar; escribir; recortar; pintar con spray o acrílico; imprimir vía fotocopia o digitalmente en vinilo”, aunque advierte que pese al valor estético y la intención social que esto implica, este ejercicio es un acto revolucionario, pues se enfrenta al estigma y a quienes lo consideran “una actividad corrosiva que ensucia” las ciudades.
“El arte urbano surge ante una necesidad de desaparecer el manto gris que con el pavimento y el concreto cubre la ciudad, de dar color y vida a un espacio muerto, de tomar un sentido en la existencia de la ciudad, de abolir la propiedad privada y recobrar el espacio público”, apunta.
Así, el arte urbano no sólo sirve en la misión de cambiar realidades violentas, también como un foro para que muchos jóvenes alcen la voz sobre lo que les identifica y lo que no.
Comencé a crear arte en gran formato al no sentirme identificado. Mi labor es buscar un puente de diálogo para los pueblos indígenas hacia otros sectores de la sociedad, pues lamentablemente, allá afuera, nuestros pueblos originarios se folclorizan, se vuelven un productoJoel Merino/Artista urbano
Justamente Joel habla de esta experiencia: “comencé a crear arte en gran formato al no sentirme identificado. Mi labor es buscar un puente de diálogo para los pueblos indígenas hacia otros sectores de la sociedad, pues lamentablemente, allá afuera, todo se vuelve objeto de mercado. Nuestros pueblos originarios se folclorizan, se vuelven un producto”.
LA EXPERIENCIA AFUERA DE MÉXICO
El arte urbano se ha extendido por el mundo, sobre todo, en barrios populares en los que la desigualdad social o la pobreza forman parte de la vida cotidiana. En India, Cuba, Brasil y Perú no ha faltado quien convierta la inseguridad, el abandono, incluso las crisis sociales en murales.
En 2018, jóvenes voluntarios cambiaron los tonos grises de un millar de fachadas en Khar, un barrio con alta densidad poblacional de Mumbai, en India, por vivos colores y dibujos que representan la cultura de uno de los centros comerciales más importantes de la región, pero en la que sus habitantes también padecen desigualdad y pobreza.
A esa iniciativa se añadió la decoración de cientos de tejados, que además de embellecer el espacio permitieron disminuir las altas temperaturas de las viviendas, ocasionadas por las láminas de plástico originales.
Un ejemplo de éxito fue el callejón de Hamel, en La Habana, Cuba, una avenida en el centro de la capital, que de ser un sitio olvidado, se convirtió en punto de referencia para artistas y turistas que visitan la isla en la actualidad, entre rumba y mojitos.
Fue en la década de 1990 cuando el artista Salvador González Escalona decoró la primera fachada con motivos de la cultura afrocubana, convirtiéndose así en un proyecto comunitario. Y lo que eran piezas de basura, como un mingitorio o piezas de metal, se convirtieron en parte del atractivo, que, aunque en un principio generó controversia, terminó siendo punto de reunión.
Una iniciativa similar ocurrió en Mozambique, en el barrio de Chamanculo, donde se incitó a la población a formar parte de una jornada de pintura colectiva de muros, como un llamado a "la paz", en una de las regiones más pobres del planeta.
Más recientemente, en Sao Paulo, Brasil, en medio de la crisis social y económica derivada de la pandemia de coronavirus, artistas de distintos países, entre ellos una mexicana, Paola Delfin, recrean el concepto con mega murales pintados en los edificios más altos de la ciudad, para enviar un mensaje de esperanza.
Mientras que en Perú, en la zona conocida como la Montaña de San Cristóbal, el joven Daniel Manrique deja huella de las víctimas del Covid-19, al pintar sus rostros en las fachadas de las casas.