La ceremonia ritual de los voladores de Papantla y la riqueza gastronómica de este Pueblo Mágico son baluartes de Veracruz ya que son portadores de la cultura milenaria de la región.
El ritual de los voladores de Papantla se remonta a hace más de mil 500 años. El 30 de septiembre del 2009 fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
Según la leyenda totonaca, la ceremonia tiene su origen en los tiempos en que una sequía fue impuesta por los dioses, por lo que se buscó el árbol más alto y a cinco jóvenes castos para pedir que regresara la lluvia mediante la invocación de los cuatro rumbos cardinales y del centro del universo.
Por este motivo, la danza que realizan los voladores simboliza los cuatro puntos cardinales, la flauta el canto de las aves y el tambor la voz de Dios. Cuando se hace el ritual se cree que se establece comunicación con los dioses para brindarles ofrendas y solicitarles la fertilidad de la Tierra.
Cada volador gira 13 veces, cifra que multiplicada por los cuatro participantes de la ceremonia da 52 círculos en total, número que relaciona con el calendario maya, el cual establece que cada 52 años forman un ciclo solar, y cada año está compuesto de 52 semanas, después de las cuales un nuevo Sol nace y la vida sigue su curso.
La vestimenta de quienes hacen este ritual es un elemento esencial, ya que a través de ésta se transforman y asumen roles simbólicos específicos. Algunos elementos que destacan es el gorro en forma de cono con espejos, flores de papel y un penacho del que penden cintas multicolores, una camisa blanca (slakat), un huipil rojo decorado con grecas, flores, motivos de aves y animales, y un calzón blanco (tatanú) y otro rojo.
Esta importante ceremonia ha tenido algunas modificaciones, antiguamente se realizaba con verdadero esplendor, pero en esencia sigue siendo la misma. Cuando llegaron los españoles, al celebrar las festividades de Corpus Christi, la religión católica parece haberse adaptado a las fechas de la gran celebración del sol.
Cocina con historia. Al igual que la ceremonia ritual de los voladores de Papantla, la gastronomía de la región es poseedora de una riqueza cultural y ancestral que se ha heredado de generación en generación.
Una de las mujeres que preservan esta tradición gastronómica totonaca es Martha Soledad Gómez Atzín, quien desde hace 20 años logró sacar de sus hogares a 200 cocineras autóctonas y romper con un cerco machista para dar lugar a la llamada rebelión de las Mujeres de Humo, colectivo que ha rescatado más de 500 recetas de platillos típicos, cuyos ingredientes principales son el maíz, el frijol, el chiltepín, el tomate, el aguacate, el cilantro, el epazote y la hierbabuena.
En el corazón de la zona arqueológica de El Tajín, estas mujeres comparten sus saberes milenarios de la cocina totonaca, a través de platillos como bocoles, una tortilla gruesa de masa de maíz mezclada con manteca y rellena de frijol negro, queso y chicharrón. Esta preparación Gómez Atzín, coordinadora de Mujeres de Humo, la aprendió de su abuela Doña Soledad.
Para las Mujeres de Humo la cocina es un espacio sagrado, donde no solamente se cocina, sino que es el lugar donde se comparten tristezas y alegrías, se reciben visitas e incluso fue el sitio donde algunas madres daban a luz a sus hijos.
Los guisos más comunes en su cocina son los pulacles, el tamal de puerco con cilantro, los frijoles en guatape (guisado caldoso y espeso por llevar masa), gasparitos con huevo o frijol; la flor de ortiga frita; el pipián de flor de izote; las tortas de pescado con huevo; las jaibas en chileajo; las enchiladas de semilla de mamey; pescado a las brasas con un toque de vainilla; mole de guajolote, de carne de puerco o camarón; bocoles rellenos de guisados variados, las enchiladas rojas, verdes o de pipián y, por supuesto, el zacahuil.
Para beber se acostumbra tomar café de maíz o una gran variedad de atoles: de maíz morado, de maíz dulce con chile llamado de bolitas, de jobo, de capulín, de tortilla quemada y de frijol con maíz, por mencionar algunos.