La gastronomía mexiquense cuenta con una variedad de platillos que al probarlos se vuelven una experiencia fascinante, debido a que provienen de un pasado prehispánico que se refleja en los sabores, los colores y las texturas en cada preparación.
El Pueblo Mágico de San Juan Teotihuacán, uno de los destinos más visitados en México y el mundo por su zona arqueológica, centra su cocina en el uso de insectos, como los escamoles, chinicuiles, gusanos de maguey, así como frutas y vegetales como el nopal, la tuna y el xoconostle.
Uno de los platillos más destacados de este lugar son los sopes de chapulines, elaborados con una base de maíz nixtamalizado, con una cama de guacamole y chile picado, y por supuesto, el ingrediente estelar que es el insecto, el cual es rico en proteína de calidad, incluso mejor que la obtenida en animales como pollo, res o cerdo.
Otro guiso imperdible es el de los escamoles al epazote, que son huevecillos de hormiga, nutritivos y considerados como un platillo exótico que se sirven sobre una cama de lechuga, acompañada de jitomate. La cosecha se registra únicamente entre los meses de marzo y abril.
Para acompañar, se debe probar una deliciosa Margarita de chapulín. El toque especial de esta bebida se encuentra en su sangrita hecha con este insecto y un concentrado de xoconostle, que le agrega ese sabor a raíces prehispánicas. También lleva tequila, jarabe natural y un escarchado de sal y chile ancho en polvo.
El municipio de Metepec también cautiva el paladar por su gastronomía típica que ofrece las galletas conocidas como “fruta de horno”, muy tradicionales en el sur de la entidad, y que se caracterizan por ser crujientes, además de complacer a todos con su delicioso sabor.
El secreto de estas galletas viene desde la selección de los ingredientes, pues se trata de conseguir la mejor calidad para poder ofrecer a las personas un producto sabroso y agradable.
“Siempre hemos tenido el cuidado de tener las mejores materias primas; ¿qué se entiende por materias primas? La manteca debe ser de cerdo, también se usa el piloncillo que se convierte en miel y los sabores pueden ser anís, canela o vainilla”, comentó Raymundo Arellano, quien se dedica a preparar la deliciosa “fruta de horno” y cuya receta se ha compartido por varias generaciones en su familia.
“Esta tradición viene de mucho tiempo atrás, desde mis bisabuelos, mi padre y ahora yo”, comentó el artesano de origen mexiquense.
Para cocinarlas se tienen que pesar los ingredientes en una báscula para calcular sus porciones, posteriormente se mezclan hasta conseguir una masa consistente. Luego, ésta la sacan a la mesa para hacer unas tiras largas y formar las galletas y colocarlas en una charola para su cocción en el horno. El toque final es el glaseado que le toca a algunas piezas y otras quedan al natural. Finalmente las empaquetan en una caja para sacarlas a la venta.
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