Pemex deja atrás su cara más sucia

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Foto: larazondemexico

PRIMERA PARTE

Por Rubén Cortés

El helicóptero atraviesa la luz cegadora del sol. Abajo, entre la espuma, Isla del Carmen parece una mantarraya de 36 kilómetros. Luego, iniciado el descenso, se alcanza a leer sobre una plataforma: “¡Recuerda! Tu familia te espera. Trabaja con seguridad”. Ese cartel marca la diferencia entre un petrolero mexicano y otro de cualquier lugar del mundo.

Porque en el negocio universal del crudo, desde las dunas de Medio Oriente hasta el contaminado mar de Irlanda, la máxima es temeraria: “La fortuna favorece a los más bravos”. Pemex, en cambio, se esmera por cambiar la fachada de industria descuidada y peligrosa que la marcó con tragedias como los 22 muertos de la plataforma Usumacinta en 2007.

Akal-B, donde da la bienvenida el rótulo de “Tu familia te espera”, es un ejemplo de esta nueva era. Enclavada en Cantarell, a mitad del Golfo de México, extrae cada 24 horas tanto petróleo que alcanzaría para llenar la plaza de toros México: 300 mil barriles, que significan cinco millones de dólares diarios al erario mexicano.

“Seguridad” es la palabra más escuchada en cuanto en su helipuerto aterriza el Eco-Star, un helicóptero perfecto para viajes de negocios por su comodidad y baja emisión sonora y que es uno de los 35 aparatos similares que renta Pemex a las líneas ALA, Pegaso, Heliservicio, Asesa y Helivan para transportar trabajadores a Cantarell.

Está prohibido bajar de la aeronave sin el kit obligatorio en los pozos: overol amarillo de listas refractarias para quien lo viste destaque en la oscuridad, lentes de soldador, tapones de oídos, casco, guantes y unas botas especiales que salen solas del pie en caso de caída al agua.

Akal-B tiene un módulo con cuartos colectivos para los obreros e individuales para los jefes, gimnasio, planta eléctrica, comedor con bufet gratis en cuatro horarios, sistemas de potabilización de agua salada y de destrucción de basura inorgánica (la biodegradable es echada al mar) y una vez por semana un barco provee de alimentos congelados.

Es dirigida por Miguel Ángel Cansino, el ingeniero chiapaneco de 33 años obcecado con las normas de seguridad. Todas sus reglas son inviolables, pero hay una sagrada: aquí, cero alcohol.

“La protección es condición de empleo”, comenta Cansino, en cuya plataforma hace más de 800 días que no se registran accidentes. “Ni un machucón de dedo”, precisa.

Porque si “seguridad” es la palabra más escuchada, “accidente” es la que menos se quiere oír. Algo lógico estando tan cerca en tiempo y distancia del caso Usumacinta: la noche del 22 de octubre de 2007, en Kab-101.

Llovía y los trabajadores de descanso veían en televisión un reportaje

sobre accidentes en las plataformas petroleras de México. En uno de los percances, un hombre moría incendiado en una barcaza. Fue como llamar al diablo: en ese momento el viento estrelló la plataforma contra la torre de extracción.

Un surtidor de crudo se levantó entre las torres de fuego que alivian los escapes de gas natural. Lo primero a temer en esos casos es que haya emanaciones de gas sulfhídrico y se acumulen abajo de la plataforma y “debido a que es altamente tóxico y más pesado que el aire” la haga volar como cohete de feria.

Todos corrieron en desorden hacia el helipuerto para evacuar, bajo vientos de 136 kilómetros por hora y una tromba de agua.

En el caos que siguió no funcionaron las medidas de auxilio, los tanques de oxígeno estaban vacíos, los helicópteros no pudieron ir al rescate por el mal tiempo y por lo mismo naufragaron las lanchas salvavidas de reglamento, conocidas como “mandarinas” por su color amarillo subido.

En total murieron 22 personas y 68 resultaron lesionadas.

Pero fue una tragedia inusual en tiempos en que la industria petrolera en general se empeña en dejar atrás su fama de asesina de hombres y destructora de la ecología, en especial tras el caso de la Piper Alpha, una plataforma anclada en el mar del Norte, a 200 kilómetros de Escocia.

Explotó el seis de julio de 1988, matando a 167 de las 226 personas a bordo. Llevaban tres años sin realizar maniobras de emergencia y un mes sin descansar. De ahí que en Akal-B sus 280 trabajadores no coinciden en plataforma: están 14 días a bordo y descansan 14, mientras la norma mundial son 28 y 28. Los aprendices acumulan 38 días sin regresar a tierra.

De ahí que la frase de “ni siquiera un machucón de dedo”, pronunciada por el ingeniero Cansino cobre importancia en este sitio expuesto al escape de gases mortíferos, la caída de una grúa de 100 metros de alto, el desplome de una columna pesada como dos toros de lidia o el choque de una barcaza.

Un recorrido por la plataforma lo demuestra. Cansino ordena a gritos: “¡Manos al barandal! ¡Corchos en los oídos! ¡Casco en la cabeza! ¡Lentes contra el viento! ¡Guantes, por favor, los guantes! ¡Atención! ¡Alto! ¡Siga, siga! ¡Alto!”

Akal-B empieza a parecer un campo minado, cuando ya vuelve la voz perentoria “Atención, por favor: la luz roja indica incendio; la amarilla, gas combustible; la azul, gas tóxico; la magenta, hombre al agua; la luz blanca, abandono…”

¡Y la única salida por los cuatro costados es un vasto océano de 60 metros de profundidad!

Mañana: “Las manos que mueven una plataforma”

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