“Sin nosotros México no funciona”

Foto: larazondemexico

SEGUNDA PARTE

Por Rubén Cortés

Toño, el ingeniero de bombeo en Akal-B, está sentado en la grúa. Lo hace cada atardecer para disfrutar ese esplendor de olas que Paul Valéry llamaba “la cama de los dioses”. Entrecierra los ojos y, como si hablara consigo mismo, dice: “Sin nosotros México no funciona, nos jugamos la vida aquí arriba y luego en tierra vas al hospital y te maltratan”.

Tiene 45 años. Entró a Pemex a los ocho días de haberse graduado como ingeniero hidráulico. Se llama Antonio Rodríguez y se molesta cuando no lo consideran un héroe que manda a diario cinco millones de dólares al erario nacional: eso valen en el mercado internacional los 300 mil barriles que produce Akal-B.

Es de Córdoba, Veracruz. Se inició en la época salvaje de las plataformas, cuando se trabajaba en jeans y tenis; venían lanchas de contrabando con cigarros y alcohol y Pemex pagaba a los trabajadores en tierra: “La gente hacía fila delante de una camioneta de la que bajaba un tipo con una maleta llena de fajos de billetes”.

“Pescábamos desde la estructura. Hasta había que apartar lugar. El refri estaba lleno de pescados y se armaban discusiones: ‘éste es mío’, ‘no, mío’. Regresabas a casa con dos maletas, una de pescados para vender y otra con lo de uso personal”, recuerda.

Sin embargo, ahora la captura está prohibida. Y es una lástima, pues hay una constante mancha de peces en busca de los desperdicios orgánicos del comedor. Son grandes, gordos y viven junto a la estructura. Bien valdrían una pesquería de domingo. Al menos.

Toño está casado en Ciudad del Carmen. Se mudó a la isla para estar más cerca de las plataformas de Cantarell: “Es duro este trabajo, tiene que apasionarte para que aguantes. Veo compañeros a quienes se les nota a la legua que vienen por necesidad, a reunir plata y largarse. Yo les digo: ‘oye, mano, al final te harás daño’. Porque es un empleo anormal”.

—¿Por qué trabajas aquí entonces?

—Porque ¿sabes? Yo amo al petróleo.

Entonces uno entiende que para nada es jactancia su idea de que “sin nosotros México no funciona”. Es un asunto de amor, no de soberbia. Porque los petroleros mexicanos son sencillos y soportan situaciones a las que otros trabajadores responden con marchas que ahorcan el tráfico de las ciudades o con huelgas y protestas que afectan a miles de ciudadanos.

“Mira, te echas años aquí arriba, estudias, consigues ser mejor que otros, crearte un historial y el sindicato hace lo que le da la gana o el gobierno pone a alguien en un puesto porque es amigo de un funcionario. Eso pasa en este tipo de empresas paraestatales”, expresa Toño con amargura.

En Akal-B los trabajadores que están de descanso en la noche ven televisión en el camarote del ingeniero Reyes Martínez López. A partir de las 10 prefieren la telenovela de Televisa Corazón salvaje y luego cambian a TV Azteca para ver el noticiero de Javier Alatorre, las buenas nuevas de Edith Serrano y los comentarios de André Marín en Los Protagonistas.

“Nos vemos entre nosotros más que a nuestras propias familias. El 4 de marzo yo cumplía años de casado, pero tuve que venir a bordo. Pasé mi aniversario de casado con mis compañeros, no con mi esposa”, cuenta el superintendente de Akal-B, el ingeniero Cansino, padre de dos hijas, de tres y dos años.

La vida en las plataformas los une tanto que por eso uno de los episodios más tristes de la catástrofe de la Usumacinta fue la muerte del ingeniero José Granadillo Jiménez, de 37 años, quien tenía todo listo para llevarse a casi todos sus compañeros a los 15 años de su hija en Emiliano Zapata, Tabasco, donde, además, pensaba presumirles la yegua con la que ganaba las carreras del pueblo a todos los demás.

“Es un trabajo diferente. Los 365 días del año son iguales. Lo mismo vienes a bordo un Jueves Santo que un 31 de diciembre. Pero no lo cambio por ninguno. Es más, si mis hijos no escogen este oficio me sentiría derrotado. Te lo juro”, comenta Arturo Suárez Hernández, perforador que tiene a su cargo la mitad de los 40 pozos de Akal-B.

Es de Xalapa, Veracruz, tiene 47 años. Es nieto e hijo de petroleros. Gana 25 mil pesos libres al mes, más prestaciones de ley y seguros médicos de gastos mayores. Sus tres hijos, de 15, 16 y 18 años, van a escuelas privadas. El encargado de abrir y cerrar las llaves es Arturo. “Yo soy el primero en el mundo en sentir cuando viene el crudo calientito desde allá abajo”, grita entre el ruido del pozo.

—¿Y sí serán petroleros tus hijos?

—Claro. El de 18 años ya empezó a estudiar ingeniero de hidrocarburos.

—¿Qué es lo que más extrañas en 14 días sin bajar a tierra?

—Pos, híjole: a ellos, a mi mujer.

—¿Nada más?

—Ay, hermano: ¡Tomarme una cerveza!

Mañana: “Así nació Cantarell, así se está muriendo”

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