El petróleo no se ve… y qué bueno

Por Rubén Cortés

El chorro de petróleo brotó del caño con brío, en un ímpetu casi sexual.

–Huele a grasa de coche.

–No.

–¿Entonces a qué? –pregunto, mientras conservo en los dedos, cerca de la nariz, una gota viscosa y cálida, como si fuera miel de abeja en baño María.

–¡A dólares!

Pero es una respuesta ensayada del ingeniero Miguel Ángel Cansino para impresionar a los neófitos. Cansino dirige la plataforma Akal-B, una estructura de Pemex clavada en medio del Golfo de México que extrae en un solo día tanto petróleo que alcanzaría para llenar la plaza de toros México.

El crudo –“aceite”, como le llaman los petroleros– que tengo en los dedos, aún tibio y palpitante, acaba de ser succionado por un tubo del ancho de un poste de luz, hundido a unos 60 metros de profundidad, donde estuvo dormido por más de 50 millones de años, el tiempo que hace que se formó a partir de restos de plancton y sedimentos de arena.

Porque el petróleo no está acumulado en pozos, sino impregnado de gas en los poros de las rocas del lecho sobre el que descansa el planeta, a una presión 200 veces mayor que la del aire de una llanta de coche. Por eso el principio elemental de su extracción se parece al de una esponja empapada que, al ser aplastada, expulsa su contenido.

Y huele, en efecto, a grasa de carro, pero sin el miasma de la gasolina. Es del color de la obsidiana y tiene una belleza noble y emocionante, igual que los ojos de un venado azorado. Ahora, expuesto al sol de la mañana, refulge como una pieza de joyería fina. Parece un pedazo de oro negro licuado por un alquimista enloquecido.

No se ve jamás. Del subsuelo, sube a las plantas de procesamiento, que son tanques como pipas de camión instalados en las plataformas y donde es separado el aceite del gas mediante un procedimiento industrial similar a la agitación de la Cocacola dentro de una botella.

Luego, crudo por un lado, gas por otro, una porción se encamina a las refinerías para ser convertida en gasolina y derivados de consumo inmediato. En el caso del gas, una cantidad regresa a los pozos para reintegrarse, ya mejorado, a la acción de meter más presión al proceso parecido a la Cocacola zarandeada.

La otra parte se dirige a las plataformas de venta estacionadas en pleno mar o en puertos, a las cuales se enchufan los buques tanque. En ese momento del recorrido, el petróleo pierde su inocencia primigenia de venado azorado y se convierte en péndulo furioso de la geopolítica mundial y en la pimienta diabólica de Wall Street.

Así que este chorro que mancha mis manos es producto de una deferencia inusual del ingeniero Cansino, quien abrió un instante la llave del conducto que lleva muestras a laboratorio. Es curioso, pero quienes extraen el petróleo nunca lo ven. ¡Y qué bueno! Una gota fuera de las cañerías es como un gorila con una navaja en la mano.

Porque en las plataformas conviven todos los elementos para convertirlas en polvorines al menor descuido. Desde arriba, en el helicóptero Eco-Star que transporta al personal desde tierra a las plataformas y al revés, Cantarell parece el escenario de un combate naval: humaredas, fuego, barcazas que embarcan, desembarcan; helicópteros que descienden, ascienden; grúas.

De ahí la insomne obsesión por la seguridad que priva en las plataformas. Cansino, superintendente de Akal-B, es el ejemplo más fiel. Junto a él, en la plataforma uno se convierte en un hombre ciego, sordo y mudo que es ayudado a cruzar la avenida más transitada del mundo.

Pero existe peligro de mil maneras. En una ocasión estaban en el comedor y Akal-B se columpió. Pensaron que un barco la había embestido. Pero resultó un sismo insólito en esta zona geográfica. “Fue un reacomodo natural del lecho marino, por tanto petróleo que le hemos sacado. Hasta de ese modo corremos peligro”, explica Cansino.

También es cierto que Pemex podría ser una mejor empresa y apertrecharse para competir, con las antiguas “Siete Hermanas” y también con las “Nuevas Siete Hermanas”, paraestatales abiertas a la inversión extranjera.

De hecho, la estatal Cupet y EU pueden hacer sándwich al crudo nacional, aprovechándose de que el Congreso mexicano aprobó en 2008 una reforma energética que remarcó la prohibición de explorar a compañías extranjeras en aguas profundas —más allá de mil metros—, con el argumento de que “nuestra renta petrolera no se comparte”.

En Pemex la falta de tecnología originó en 2008 el cierre de pozos en Cantarell y que se dejaran de extraer 40 mil barriles diarios.

Porque crudo todavía hay en grandes cantidades. Un estudio del Servicio Geológico de EU publicado en El Nuevo Herald, de Miami, indica que bajo las aguas profundas cubanas del Golfo de México habría 4 mil 600 millones de barriles de crudo, que sólo se pueden sacar con tecnología de las grandes transnacionales.

Sin embargo, el gobierno comunista cubano —que es tan nacionalista como el Congreso mexicano— sí admite capital y recursos foráneos. En el fondo marino de la isla horadan la empresa hispanoargentina Repsol-YPF, la noruega Norsk Hydro, la india Oil and Natural Gas Corporation, la malaya Petronas, la canadiense Sherrit, PDVSA, Petrovietnam y Petrobras.

Incluso la guerra por el petróleo cubano llegó a Washington, con la propuesta de la Ley Energética de Seguridad y Eficiencia (Safe Energy Act) para permitir a compañías estadounidenses laborar en la isla, pese al embargo económico que mantiene la Casa Blanca a Cuba desde 1962.

Mientras, México carece de equipos porque una mayoría de legisladores cierra la entrada a esas “bestias negras y peludas” llamadas Repsol-YPF, Norsk Hydro, Oil and Natural Gas Corporation o Sherrit.

Contradictoriamente, los mismos parlamentarios aprobaron una ley que les permite tomar dinero de la venta del petróleo para aumentar de 14 millones de pesos a 17 millones de pesos el monto destinado a sus viajes internacionales, en un acápite denominado “Partida 3813 del Presupuesto de Egresos”.

Al pensar en ello, no puedo olvidar a los hombres de Akal-B: el ingeniero Cansino subiendo a bordo el día de su aniversario de bodas. O en los 15 años de su hija que no pudo festejar el ingeniero Granadillo, muerto en la Usumacinta, mientras que unos políticos callejean por el mundo con los dólares que salen de las plataformas y braman que “nuestra renta petrolera no se comparte”.

Aunque la falta de un jodido inyector de nitrógeno impida sacar 40 mil barriles diarios en Cantarell.

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