El político y el literato, In memoriam

RAÚL ABRAHAM CASTRO CORONA

Tinta ITAM

La pregunta que Max Weber hiciera en uno de los textos fundacionales de la Ciencia Política (¿cuál debe ser la posición del hombre de ciencia ante los fenómenos políticos?) tiene una manifestación particular en la Latinoamérica contemporánea. Y es que la postura política y activismo de literatos latinoamericanos suele afectar nuestro juicio sobre su genialidad. Hoy, en el aniversario luctuoso de Gabriel García Márquez, y ante la reciente muerte de Eduardo Galeano, se reafirma el poder de las ideas y las obras literarias para trascender la efímera existencia de un hombre, un régimen político o una generación.

Para ese conjunto de mundos fantásticamente edificados por palabras

—aquél que contiene al Yoknapatawpha County de Faulkner o al Comala de Juan Rulfo—, el Gabo universalizó la magia realista de Macondo. A esa arena infinitamente divisible que es la política latinoamericana —aquella que cita opresores y oprimidos, que enfrenta a optimistas y desesperanzados, que se disputa entre realistas y soñadores—, Eduardo Galeano añadió una nueva dimensión combatiente: la literaria.

Tanto para García Márquez como para Galeano, el activismo político nunca se limitó a la trinchera de su tintero; éste saltó de la literatura al ágora y a las urnas; también lo harían varios de sus coetáneos hispanoamericanos: Neruda en Chile, Paz en México y —del otro lado del espectro— Vargas Llosa en el Perú. Literatos políticos: ¿dónde quedan sus lectores? ¿Dejarnos seducir por su pluma es necesariamente ser simpatizantes de sus convicciones políticas?

Recientemente me fue planteada una ingeniosa pregunta que me tomó por sorpresa: si pudiera legar una obra a una generación de modo que sólo con ella se conociera a una cultura, ¿cuál sería? Además de ser un ejercicio intelectual estimulante, fue también una invitación a reflexionar sobre lo que sugieren nuestras preferencias literarias.

Construir una biblioteca es un proyecto de vida: traza las coordenadas intelectuales de quien la erige y mapea, como afirmaría Hegel, el espíritu de la época que la ve nacer. Nunca constituye un sistema "comprehensivo" y coherente. Pareciera ser un ejercicio socrático: a mayor diversidad y contradicción, mayor prudencia, tolerancia y sabiduría.

Galeano y el Gabo deberían tener un lugar especial en las bibliotecas latinoamericanas; más aún en las de aquellos interesados en Economía Política. Sin importar convicciones —sean libertarias o progresistas— hay un antes y un después al leer Las venas abiertas de América Latina o El otoño del patriarca.

No leamos a Galeano buscando descripciones políticas del sistema en que vivimos, ni dejemos de leerlo porque él rechazara posteriormente el izquierdismo de su obra. No leamos al Gabo para desahogar nuestra existencia en la soledad de sus personajes, ni dejemos de leerlo porque su fama es de dominio popular.

Existe, creo, una magnitud que trasciende la unidimensionalidad del espectro político. En ésta hay cabida para recrear los pensamientos de escritores sin la necesidad de sucumbir ante sus convicciones. Ahí podemos disputar mil y un batallas ideológicas que, al final, incluso con las contradicciones que perduren, aumentarán marginalmente nuestra comprensión del mundo. ¿Cuál debe de ser la labor del literato ante los fenómenos políticos? Combatir la indiferencia.

@RaulAbCastro

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