Como hombres de Estado que son, los senadores del PRD se reunieron la semana pasada a festejar una tradicional posada navideña –como dictan las buenas costumbres mexicanas– y acabaron rompiendo una piñata con la forma de Donald Trump mientras silbaban mentadas de madre y coreaban el famoso grito con que la tribuna acompaña los saques del arquero rival en los partidos de la Selección Mexicana. Qué comportamiento tan pobre y qué acto tan simplista ante los desafíos que México deberá enfrentar a partir del 20 de enero próximo.
Así es: luego de años de lucha desde distintos frentes por frenar la discriminación y promover el lenguaje y las acciones incluyentes (creando incluso una dependencia gubernamental encargada de prevenir los actos discriminatorios, la CONAPRED); luego de que el informe de la Comisión ciudadana contra los crímenes de odio por homofobia (CCCOH) revelara que en México se cometió, en promedio, al menos un crimen de odio por homofobia a la semana de 1995 a 2015; luego de que la Selección Mexicana fue criticada internacionalmente y estuvo a punto de ser sancionada por la FIFA por el uso de este mismo coro, los senadores tuvieron la ocurrencia de usarlo como insulto preferido ante el personaje que deseaban denostar. El acto fue impecable: se le insultó a él y se le recordó al mundo que en este país se sigue discriminando por orientación sexual.
Pero esa fue sólo la entrada; el plato fuerte era romper la piñata, hecha a parodia de Trump. Esta habría sido una ocurrencia simpática en una posada de cualquier familia mexicana, pero resulta una grave falta a las formas si se trata de la fiesta organizada por y para representantes de los mexicanos en la Cámara Alta –institución que fue pensada, vaya ironía, para contrarrestar la propensión de la Cámara Baja a “obrar bajo el impulso de pasiones súbitas y violentas”.
Además del desafortunado grito discriminatorio salido de la boca de representantes elegidos democráticamente, el hecho es grave porque Donald Trump ya no es el showman que corre una campaña mediática y que parece que nunca llegará a la Casa Blanca; resulta que ha llegado y es el nuevo Presidente electo de nuestro vecino más grande, nuestro mayor socio comercial y el país al que más mexicanos migran (cuyas remesas, por cierto, han llegado a representar casi el 3% del PIB nacional y están en peligro de ser confiscadas próximamente).
¿Se debe actuar con miedo? No, pero sí con prudencia, con dignidad y con inteligencia. Ante cualquier acto hostil que el señor emprenda, la estrategia no puede ser responder con bravuconadas que sólo contribuyan a tensar aún más las relaciones binacionales. Habrá mucho que negociar en beneficio de nuestros paisanos y de la economía nacional, y la postura tomada por estos señores definitivamente no es un buen punto de arranque.
Al día siguiente, cuando se les cuestionó sobre el asunto, lo minimizaron diciendo que se trataba de “humor navideño”. Probablemente no habrían pensado lo mismo si un grupo de senadores republicanos se hubieran reunido para pisotear una imagen que hiciera parodia de un estereotipo mexicano o de un miembro de su partido (digamos, Miguel Barbosa). En ese caso, seguramente habrían alegado discriminación, y habrían estado en lo cierto. Existe una razón por la que el comportamiento de los hombres de Estado es medido por pautas distintas que el de los ciudadanos: es por la magnitud de su deber y el impacto que sus acciones alcanzan. Ojalá que, de cara al próximo gobierno estadounidense, este segmento de la izquierda mexicana por fin comience a comportarse a la altura.
Juan Ramón Moreno
@Jota__Erre