Ángela N es de las primeros migrantes de El Salvador que arriba a la Ciudad Deportiva de la Magdalena Mixhuca. Viene con Juan, su esposo mexicano y su recién nacida hija, Juana de los Ángeles.
Se nota el cansancio en sus ojos, el miedo. Tienen frío, llevan tres días de viaje desde el estado de Veracruz. Ellos no vienen con la caravana, vienen huyendo de la pandilla.
Ángela lleva apenas un chaleco, abraza a su bebé; Juan está tumbado sobre el suelo de las gradas del estadio en la Ciudad Deportiva, el frío comienza a bajar.
Prefieren que su hija Juana de los Ángeles esté cubierta con varias frazadas, tiene un mes de vida, es mexicana, nacida en Chiapas.
Lleva un año en México, “huyendo de la pandilla, entregué a varios de la pandilla. Los investigadores me sacaron del país”, cuenta con miedo a La Razón porque no sabe si sus connacionales fueron o son de La Mara.
La historia es difícil en sus labios, la cuenta bajo reserva, dijo que le pidió a Juan irse a El Salvador. Sin embargo, llegando a su patria, se dio cuenta que su hermano era uno de los líderes de La Mara.
Él estaba encargado de reclutar a salvadoreños para unirlos a la pandilla. Ángela entregó a su hermano y a demás integrantes de La Mara tras recibir amenazas de muerte, lo mismo que a su esposo.
Ella dio la ubicación de una fosa clandestina en donde los pandilleros incluido su hermano, enterraban a sus víctimas.
Policías investigadores de El Salvador la sacaron del país rumbo a Guatemala y luego hacia México, donde esperan, luego de un año, la esperanza de seguir rumbo a Estados Unidos en donde tiene familia.
Ángela aprieta a su bebé , no quiere aceptar el asilo político de las autoridades mexicanas ya que “no podría pedir asilo en Estados Unidos”.
Luego, personal del gobierno capitalino la ubican en un lugar caluroso y se marchan a buscar un poco de descanso.
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