“Él me golpeaba, pero yo ya no sentía”: sobreviviente de violencia de género

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“Un día me dijo: ‘ven, bájate los pantalones’. Me los bajé y me dio tres tablazos. El dolor era fuerte, pero era más la impotencia de no poder hacer algo. Si lloraba me iba a pegar más; si hacía algo, me iba peor. Me rompió tres tablas. La última vez me inflamó la parte del coxis”.

Así narró a La Razón una de las mujeres protegidas por la Red Nacional de Refugios (RNR) el suplicio que vivió al lado del padre de sus dos hijos, quien fue reclutado como halcón  del Cártel del Golfo en Zacatecas y cuyo consumo de cristal —para no dormir en la guardia— lo llevó a consumir diferentes tipos de droga y a aprender castigos que posteriormente aplicaría en ella.

Las primeras golpizas llegaron luego de un viaje hasta la frontera norte, en Nuevo Laredo, Tamaulipas. A su regreso y tras hacer una escala en San Luis Potosí, las agresiones aumentaron.

“Me fui a Nuevo Laredo (Tamaulipas), pero hablamos y yo lo quería mucho, entonces regresé; pero en la bajada (regreso) se tornó más violento. En San Luis Potosí, llegamos a un hotel económico, donde había muchos adictos. Él fuma mariguana desde siempre, pero ahí comenzó a meterse más cosas. Se hizo amigo de varios tipos que le querían dar una pistola. Yo le pregunté que para qué la tenía. Se enojó y comenzó a golpearme, me estaba ahorcando. Esa ocasión pensé en matarme, pero no había algo con qué hacerlo”, dijo la mujer.

Luego de seis años de aguantar toda clase de vejaciones, la oriunda de Veracruz decidió escapar; pero sabía que no sería tarea sencilla dejar a aquel hombre que constantemente le asestaba puñetazos en la cara o en la cabeza, al grado de no soportar lavar su delgada cabellera.

Durante un año, guardó diferentes cosas en mochilas, que poco a poco iba sacando sin que su victimario pudiera notarlo.

“‘Ahora te vas a tragar los golpes que le di al niño; ¡vete a la cocina!’, me ordenó alguno de los últimos días que viví con él. Comenzó a golpearme, pero a mí los golpes ya no me dolían”, rememoró con lágrimas

“Ya teníamos casi un año de escaparnos (ella y sus hijos). Fue el 19 de enero. Ese día, antes de irse, me habló para que le hiciera sexo oral; luego me dijo que me fuera a trabajar, a vender pulseras. Escuché cómo cerró la puerta de madera y luego me salí. Abordé un taxi y me llevó al Ministerio Público”.

Su peregrinar la llevó a los centros de justicia en Azcapotzalco e Iztapalapa, para terminar en el refugio donde lleva un mes. En tanto, su agresor es buscado por las autoridades del Estado de México, en donde se cree que se esconde.

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