Desfachatez surrealista y el mito de la justicia en México

RAÚL ABRAHAM CASTRO CORONA

Tinta ITAM

Es conocida la anécdota: Salvador Dalí afirmó que de ninguna manera regresaría a México; no soportaba estar en un país más surrealista que sus pinturas. Más allá de la apreciación subjetiva del movimiento inspirado en André Breton, rescato la definición antitética en su Manifiesto fundacional: “(el surrealismo) es un dictado del pensamiento sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral.”

No sé si Dalí llamó a México surreal por la impresión visual que le dieron sus calles, pero por la abdicación moral y racional en el pensamiento de sus élites, hoy yo llamaría a México, surreal.

En un México donde ser alfabeta es privilegio, estudiar la preparatoria un lujo y educarse en instituciones privadas un exceso, ¿no es surreal celebrar una graduación con un video misógino, retrógrada, enajenado y un humor bobo y repugnante?

En un México donde la pobreza es hereditaria, donde el hijo es tan marginado como sus padres y abuelos, ¿no es surreal que con desfachatez y para el orgullo propio, los herederos de la élite ostenten opulencia inmerecida?

En un México donde la política mejora las cuentas bancarias de funcionarios en vez de mejorar las oportunidades de aquellos que el azar condenó, ¿no es surreal que la aspiración de ser padrote, narco o funcionario corrupto supere la de ser científico, profesor o emprendedor?

En un México que premia la lealtad, calla la crítica, olvida el dolor ajeno, dificulta la innovación y protege al mejor postor, ¿no es surreal que unos humillen y discriminen, al tiempo que otros pidan derechos dignificantes?

Qué injusto es entonces el México surrealista. Ojalá fuera parte de un delirio onírico y sólo se plasmara en pintura. Cuando la pesadilla se funde con la cotidianeidad, lo de menos es ver relojes, caballos u hormigas. Lo peor es cuando la corrupción es norma, la inseguridad lo esperado y la incompetencia aplaudida (o no).

Para jactarse de ser educado no basta acabar preparatoria, se necesita ser crítico, prudente y tolerante. Para construir un país libre y justo no basta el discurso; ese mito fantástico requiere también de acción y moral. Para dirigir a un país no basta pensar, se exige razonar. Para construir el México que merecemos se necesita realismo.

Desconocer que somos productos sociales es vendar nuestra genialidad. Somos nuestra circunstancia: los beneficios recibidos a partir de la exclusión de otros. Rechazar el conocimiento y el trabajo; humillar el mérito y el esfuerzo es reírnos de lo absurdo y pobre de nuestro intelecto.

Renunciar a conocer otras realidades de México es perpetuar la ignominia, la ignorancia y el elitismo banal. Conocer es aprender, tolerar y respetar. Así, la justicia adquiere significado social. Así, surge la oportunidad de dignificar a la política, a la educación y a la acción humana. Sólo así, mantendremos el optimismo de que México puede cambiar, de que somos mejores que nuestros peores sinsentidos.

@RaulAbCastro

raul.castro@itam.mx

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