Renovación democrática: Las confesiones postelectorales

RAÚL ABRAHAM CASTRO CORONA

Tinta ITAM

Los resultados de las intermedias no sólo constituyen el fin del proceso electoral y el inicio de los cargos elegidos. Cambios al interior de los partidos y especulaciones en la opinión pública revelan información que influirá en la sucesión presidencial. Cual rito político —o práctica metaelectoral— llueven declaraciones de quienes buscan posicionarse. La estrategia es riesgosa: anticipar intenciones significa también someterse a escrutinio público en un momento de apreciación política maniquea (o bien eufórica; o bien desencantada). En esta ocasión, la tradición sufrió una transformación sin precedentes. Muchos flirtean con las candidaturas independientes so bandera de autenticidad, creencia de libertad de acción y ausencia de compromisos políticos. Para quienes desacreditan la labor de los tres poderes de la Unión, las candidaturas independientes resultan además de esperanzadoras, deseables.

Decir que en tres años mucho pasa resulta una obviedad. Si bien es fácil narrar en retrospectiva cuál fue la estrategia que llevó a ex mandatarios a ocupar las máximas posiciones en gobierno, resulta engorroso —imposible, diría yo— unir los puntos de manera prospectiva. La carrera política requiere, ante todo, prudencia. El arte de hacer posible lo deseable requiere ex ante de previsión, planeación y minuciosidad en la ejecución. Pero siempre existiría un componente exógeno; incontrolable: la fortuna, como lo advirtió el referente por antonomasia —tantas veces mal citado o pobremente leído— Nicolás Maquiavelo. La política es cuestión de tiempos.

Y como los tiempos señalan, algunos optaron por la estrategia de confesar sus intenciones. Lo aplaudo. Entre ellos: Margarita Zavala, Miguel Ángel Mancera, o López Obrador decidieron anunciarlo abierta y directa. El ímpetu de los independientes trajo además la externalidad positiva de nuevos nombres: Rodolfo Neri Vela, primer astronauta de nacionalidad mexicana, aventuró su interés en ser presidenciable. Rafael Moreno Valle y Miguel Márquez hicieron lo propio por medio de terceros. Otros, continúan en calidad de presuntos interesados en la plaza a pesar del descrédito que sufren sus carreras; entre ellos Marcelo Ebrard o Manuel Velasco. En el partido de gobierno, no sorprende la ausencia de declaraciones. Haciendo gala de la disciplina que los caracteriza, sólo existen rumores. Los nombres varían, desde funcionarios de Estado como Luis Videgaray, Miguel Ángel Osorio Chong o Aurelio Nuño, hasta PRIstas de cepa como Ivonne Ortega o el eterno Beltrones. Aún menos populares, se incluyen nombres de gobernadores como Aristóteles Sandoval o Eruviel Ávila.

Aunque pareciera ocioso el nombrar aspirantes presidenciales, el ejercicio resulta en tres reflexiones relevantes. En primer lugar, dar seguimiento al desempeño de los nombres anteriores permite identificar qué cualidades valoran las élites partidistas al coordinarse para escoger candidatos. Segundo, a partir de las fricciones al interior de los partidos podrían existir incentivos para formar candidatos de coalición o para que perfiles que suelen ligarse a partidos vayan por la vía independiente. Tercero, nuevos interesados surgirán y algunos otros desistirán; sin embargo, el perfil de los líderes políticos visibles habla mucho de la coyuntura que atravesamos y de lo que se cree necesitar para afrontarla. El experimento aprobado en la última reforma política y electoral empezará a registrar resultados. La renovación democrática requiere ahora evaluación.

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