Rafael Briceño lleva más de dos décadas dedicado a la confección de guayaberas tradicionales en Yucatán. Como ocurrió con toda la actividad económica en México, la pandemia del Covid-19 lo puso en un dilema: abandonar el trabajo que le da sustento a él y a las familias de las personas que le ayudan o adaptar su negocio a la nueva normalidad.
¿Qué puede hacer un artesano en medio de la contingencia? Ninguno de los productos que genera la segunda mayor actividad económica del sector cultural en México se considera de primera necesidad, en un contexto de semaforización epidemiológica que discrimina entre negocios esenciales y no esenciales, artífices de todo el país luchan para que sus creaciones tengan una salida que los ayude a sobrevivir.
Para Rafel, la adaptación de Guayaberas Betel, como se llama su pequeña empresa en el poblado de Tékit, Yucatán, la tarea no ha sido sencilla. En primer lugar, la pandemia se llevó a algunos de los artesanos con quienes laboraba desde que fundó el negocio; en segundo lugar, el cierre de los destinos al turismo representó un golpe en sus ventas.
Para enfrentar la crisis, Guayaberas Betel decidió “aplicarse” y añadir un nuevo producto a su oferta, las ya famosas guayabocas, una mascarilla facial que incorpora el estilo de las emblemáticas guayaberas yucatecas, para un mercado que busca protegerse del contagio.
En palabras de Rafael, las guayabocas son la versión pandémica de la típica guayabera con la que los yucatecos suelen vestir para los eventos importantes. Como las prendas tradicionales, este nuevo producto se vende en una amplia gama de colores, con flores bordadas, incluso con bolsillos como parte de su peculiar decoración.
En la fábrica de Rafael, los guayabocas también se hacen a partir del bordado tradicional xokbil chuuy –que en maya significa punto de cruz—, “es parecido al hilo contado que hacen los hermanos mayas de Yucatán”, dijo a La Razón.
“Tuvimos que tratar de estar a la vanguardia. A lo que es innovador. Es lo que nos está manteniendo ahorita, sobre todo los guayabocas”, explicó a este medio.
“En las fechas que más ventas tenemos son marzo, abril y en fin de año, entre noviembre y diciembre, pero ahora se tuvo que parar. De las 20 personas con quienes laborábamos, ahora sólo estamos con tres”, dijo. “Procuramos seguir adelante, y ayudarnos, ocupar a las personas que están con nosotros para que no se quedaran sin ninguna entrada a la semana”, dijo Rafael, al explicar que para dar oportunidad a todos sus colaboradores, organizó las jornadas en turnos semanales.
Si algo caracteriza a México son sus artesanías, cada estado tiene una que lo representa, como las máscaras de tigre en Guerrero, las guayaberas en la península de Yucatán o las esferas de vidrio soplado en Puebla. Pero no sólo es una cuestión de identidad, también representa el sustento de muchas familias.
Cifras del Inegi reportan que alrededor de 12 millones de personas se dedican a la artesanía, esta actividad es, además, la segunda actividad económica que más aporta al producto interno bruto (PIB) del país entre todas las que forman parte del sector cultura, con 19.1 por ciento, sólo superada por la creación de medios audiovisuales, que aporta 36.9 por ciento.
De acuerdo con la Cuenta Satélite de la Cultura en México 2020, que ofrece datos actualizados hasta 2019, las artesanías aportan más de un tercio de puestos de trabajo entre todas las actividades culturales del país: 35.1 por ciento, situación que ayuda a dimensionar el golpe que han implicado las restricciones por la pandemia.
EXPLORAR LA ERA DIGITAL
Como Rafael Briceño, Sully Herrera, artesana del pueblo mágico de Chignahuapan, Puebla, descubrió que un ajuste en su quehacer de toda la vida podría ayudarle no sólo a sobrevivir a la nueva normalidad, sino a hacer que sus productos llegaran a otros estados, incluso al extranjero.
Sully tiene una boutique navideña que año con año da vida a los hogares poblanos con sus artesanías de vidrio soplado, el material por excelencia de la zona. En esta temporada de fin de año, ante la pandemia, optó por hacer entregas a domicilio.
La crisis, dijo, llevó a la fábrica de esferas navideñas y otras artesanías de Chignahuapan a liquidar a muchos de sus empleados, la de Sully tuvo que cerrar durante tres meses, de marzo a junio; sin embargo, la situación motivó a esta artesana a mirar hacia otros horizontes. Con un esfuerzo extra logró posicionar su marca en las 32 entidades de la República.
“Descubrimos este año que podemos llegar a los hogares de una manera diferente, no es necesario que la gente venga, no ponernos o ponerlos en riesgo. Pero ahora sí podemos decir que llegamos a todos los estados”, comentó a La Razón.
Al negocio de Sully “le fue horrible este año: en una escala del uno al 10, vendimos, si bien nos fue, hasta un tres; lo que nos salvó fue buscar alternativas”, al grado de que se animaron a organizar reuniones vía zoom con sus clientes para mostrarles sus productos por videollamada y animarlos a comprar, con envío a domicilio.
“Hay un ejército de jóvenes trabajando para este taller. Con la venta en línea se innovó y fue de ‘agenda tu video llamada, conoce el producto, conoce la tienda’, y eso a la gente, como está encerradita, le encantó, porque les mostramos no sólo producto sino el proceso artesanal, la elaboración y decoración. Gracias a eso la gente compró”, contó.
Ante esto, Sully, explica que de continuar la pandemia, incluso, una vez que esto pase, piensan mantener esta estrategia de venta para acercarse a sus clientes, lo que puede posicionarlos en otras partes del mundo.
De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la digitalización del trabajo que acarreó en buena parte de los sectores económicos la actual contingencia sanitaria, la destrucción de empleos ha incidido particularmente a las actividades con menor capacidad de adaptación a este proceso; si bien hay casos de éxito como el de Sully, la mayoría de los artesanos mexicanos se enfrentan a una brecha significativa respecto a las herramientas que ofrece Internet.
BUSCAR OTROS GIROS, PARA NO DEJAR LA HERENCIA
A pesar de los esfuerzos, la familia de Hernández Arzaluz, que lleva cuatro generaciones fabricando a mano jarros pulqueros y los típicos árboles de la vida que caracterizan al pueblo mágico de Metepec, en el Estado de México, tuvieron que optar por otro giro en búsqueda de ingresos, conscientes de que en nuestro país “la artesanía es un lujo, no un objeto de primera necesidad”.
A mediados del año, cuando la curva de contagios alcanzó uno de sus puntos máximos, como el que ya se vuelve a ver recientemente, los artesanos se quedaron sin más pedidos y los ahorros de años se les terminaron, lo que los orilló a trabajar en otros giros para llevar alimento a sus hogares, contó a La Razón Dylan Hernández, de 25 años.
Tíos, primos, y el propio Dylan se dedicaron a lavar autos y pintar casas durante los meses más duros de la pandemia para generar ingresos. Y las mujeres de la familia, tías y primas que usualmente se dedican a decorar, como lo marca la tradición desde hace décadas, tuvieron que emplearse en labores domésticos para salir del apuro.
“Terminamos de entregar los pedidos de enero y febrero, antes de que se emitiera la alerta, ese poco dinero que tuvimos de reserva fue lo que nos mantuvo entre marzo y abril, en el lapso en que no tuvimos nada de pedidos nos estuvimos dedicando a otras cosas. Fue la necesidad de tener un ingreso ya que se nos había acabado el poco ahorro que teníamos”.
La tradición de los Hernández comenzó con el bisabuelo --el hombre más longevo de Metepec con 98 años--, quien se dedica a la elaboración de jarros pulqueros; siguió con el abuelo Juan, de 68 que elabora árboles de la vida de entre dos y tres metros; la tercera generación, que incluye al padre y tíos de Dylan se dedican a la creación de árboles de entre 10 y 20 centímetros; y él, uno de los más jóvenes de la familia, introdujo la joyería en barro y la creación de árboles miniatura de hasta un centímetro y medio.
En todos esos años de trabajo, los Hernández no se habían enfrentado a una crisis como la actual. Ahora, a unos días de que concluya 2020 y con el temor de que el próximo año la situación sea similar, el negocio de los Hernández, ubicado en la calle 5 de mayo en el Barrio de San Mateo, continúan fabricando sus artesanías con la esperanza de que la situación mejore no solo para ellos, sino para el resto de familias artesanas que se dedican a esta labor en Metepec.
“Poco a poco va saliendo, no estamos normalizados pero estamos como a un 25 o 30 por ciento de ventas, y la mayoría han sido ventas por Internet, y las entregas que se hacen en la tienda, son los pedidos por teléfono y la entrega en la puerta”, dijo a La Razón.
LA RENOVADA INVITACIÓN A NO REGATEAR LO NUESTRO
A casi un año del primer caso de coronavirus en el país, los artesanos no se han dejado caer, por ello, piden también a los mexicanos hacer patria y adquirir productos nacionales, artesanales y sobre todo, “no regatear” mucho menos en esta época tan difícil.
Para Sully Herrera, cada artesanía que se hace en México es una pieza única, lo que genera un valor muy importante para quien lo adquiere.
“Cada estado tiene sus propio tipo de turismo, y cuando el turismo se enfoca en las artesanías --como en el caso de Chignahuapan-- lo que uno hace es llevarse un trozo de ese municipio o de ese pueblo”, expresó. “Todas las artesanías tienen un detalle único y la gente que sabe valorar ese producto, que sabe lo que vale, lo compra”.