Alzan una sola voz contra violencia de género

8M: aun en pandemia se hacen sentir de nuevo en calles, medios, redes…

Feministas gritan “no nos vamos a callar”; marchan 20 mil en la capital; rompen el muro de Palacio.

Las manifestantes llegaron a Palacio Nacional para abrirse espacio entre las vallas, en un intento por derrumbarlas. Aunque lograron derribar un tramo, policías resistieron el embate. Foto: Daniel Aguilar

Como si fuera un ritual que debe llevarse a cabo en masa y con tonos morados y verdes para hacerse escuchar, cientos de mujeres salieron a las calles con el fin de manifestarse en el 8M, día en el que ellas, todas, se vuelven un solo grito en contra de lo que llaman violencia machista e injusticia ancestral.

Los contingentes salieron desde el Monumento a la Revolución en punto de las 14:00 horas, con paliacates morados en la cabeza, o de la nariz a la barbilla, para sustituir al cubrebocas.

El ritual permite caminar juntas, sin sana distancia, eso es imposible. Empujar o insultar a quien consideran ajeno a sus demandas, golpear paredes con manos, mazos, palos, escribir su sentir en paredes para dejar constancia de su inconformidad y también intercambiar golpes con la autoridad para tirar las vallas a su paso.

Un año de pandemia de Covid-19 en México que no impidió que las feministas tomaran otra vez las calles, aunque esta vez los contingentes fueron más reducidos: 20 mil, de acuerdo a cifras oficiales, lejos de las 300 mil asistentes del año pasado para marchar y repetir que protestarán hasta que no falte ninguna. En menos de una hora llegaron a Palacio Nacional, donde una muralla con una lista interminable de nombres garabateados de víctimas de feminicidios las esperaba, como pidiendo justicia.

Gran parte de las asistentes eran jóvenes, algunas acompañadas de sus madres. Había niñas con el rostro cubierto, tratando de seguir el ritmo de las frases que coreaban las demás. Las mujeres caminaban juntas gritando: “!ni una más, ni una asesinada más!” y “¡vivas nos queremos!”.

Agitando los puños en alto, tomaban cada acción del grupo de encapuchadas como si fuera propia: “¡fuimos todas!”, gritaron decenas de veces cuando derribaron las protecciones que rodeaban el acceso al Monumento a la Revolución.

“¡Marcharemos hasta que no falte ninguna, aquí, ahora y siempre!”, grita Bárbara, estudiante de la UAM Xochimilco.

Se activó un operativo de 2 mil 700 elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC), sin embargo, no hubo altercados en el trayecto, pese a que las mujeres sacaron sus aerosoles, rayando cada rincón donde pudieran expresar su ira, su rabia, sus afrentas, en medio de edificios y locales protegidos a lo largo de avenida 5 de Mayo, Madero y la Catedral Metropolitana.

A partir de las 15:30 horas comenzó un forcejeo con la policía, que se prolongó por unas tres horas y media, en el que ningún lado dio tregua.

“¡No se va a caer, ese muro lo vamos a tirar!”, fue el grito con el que al menos 50 mujeres encapuchadas comenzaron a patear y golpear con martillos las vallas que resguardaba la Puerta Mariana, dispuestas a entrar.

Del otro lado, la policía respondió con gas de extintor para tratar de alejar a las mujeres, incluyendo a algunas que intentaron trepar las vallas, sin éxito. El suelo se pintó de un polvo gris y verde por la sustancia de los extintores, al igual que las integrantes encapuchadas del Bloque Negro, periodistas y todos los que se encontraban al alcance del gas.

A pesar de que estaban soldadas, cuatro vallas cayeron ante el empuje de las manifestantes, aunque no lograron atravesar la siguiente protección. A la par del conflicto, una madre caminaba en la plancha del Zócalo con una foto de una joven de cabello liso al hombro castaño oscuro. Su hija, Fabiola, víctima de feminicidio hace cinco años. “A mí no me molesta que rompan, me siento acompañada, es la primera vez que vengo a una manifestación”, dijo la mujer, quien rompió en llanto al recordarla.

El número de manifestantes llegó a ocupar dos terceras partes de la Plaza de la Constitución. Fue el lugar para gritar, bailar, cantar y buscar el eco a sus reclamos, pero también un sitio para abrazarse y llorar entre amigas y recién conocidas. Cuando arribaron a Palacio Nacional, el ambiente se tensó; algunas arremetieron contra el muro, otras fueron espectadoras que alentaron con sus gritos. La policía roció gas pimienta como último recurso para disipar a las feministas que casi lograron tirar el muro formado por escudos antimotines.

Las mujeres corrieron hacia la plancha del Zócalo con los ojos llorosos. “No puedo respirar”, “por favor, agua”, dijeron con voz entrecortada. Se quitaron los cubrebocas, los paliacates y las caretas para tratar de recuperarse sentadas en el suelo.

Sin embargo, el grupo de encapuchadas regresó minutos después al frente, fue cuando lograron arrebatar algunos escudos. Hubo fuego que lanzaron con aerosoles y encendedores, palos, martillos y algunos petardos que resonaban entre las vallas metálicas del centro. Un intercambio de botellas, latas y bengalas volaba de un lado a otro del muro, proyectiles lanzados por ambas partes.

Los refuerzos de las mujeres llegaron con un grupo de 50 mujeres encapuchadas del Estado de México. “Ya llegó la Periferia”, anunciaron. Y sin dudarlo, corrieron a las vallas con energía renovada. Al fondo sonaban tambores con mujeres que coreaban sus consignas.

Después de las 19:30 horas las mujeres comenzaron a alejarse y caminaron a la Suprema Corte, donde tampoco pudieron derribar la protección, hasta que decidieron retirarse.

El Zócalo quedó tapizado de consignas como “no quiero ser la siguiente”, “no tenemos miedo” y “abajo el patriarcado”, entre otras. Antes de irse se llevaron sus voces, sus reclamos y sus colores, pero prometieron regresar para cumplir con su ritual.