En medio de una tormenta ártica que ha traído temperaturas congelantes a buena parte de Estados Unidos en vísperas de Navidad, cientos de migrantes en ambos lados de la frontera enfrentan el frío extremo a la intemperie, mientras continúa la espera por una decisión de la Corte Suprema sobre el futuro de la norma sanitaria conocida como Título 42.
Del lado mexicano, docenas de personas pasan las noches en la rivera de concreto del río, a la espera de algún aviso sobre un posible cambio a las restricciones al asilo impuestas en marzo de 2020.
En Ciudad Juárez, Chihuahua, un grupo de migrantes venezolanos trataba de protegerse del frío bajo unas mantas y en torno a una fogata en un callejón de tierra, junto a una pared. En Matamoros, Tamaulipas, la crisis migratoria se ha agudizado por la falta de albergue y alimentos. Cientos se han resignado a acampar en tiendas a la orilla del río Bravo, a pesar de las bajas temperaturas.
Desesperados, muchos han decidido cruzar las gélidas aguas del río Bravo a pie donde es posible, o en balsas, lanchas e inflables, con la esperanza de que se les permita ingresar a Estados Unidos.
En El Paso, Texas, donde las temperaturas han llegado a -6 grados, algunos han convertido las aceras en lugares de hospedaje afuera de una estación de autobuses, al igual que en una iglesia, o en campamentos improvisados de tiendas de campaña en las calles, ante la imposibilidad de encontrar espacio en una red de albergues cada vez mayor, que cuenta con apoyo de la ciudad y grupos religiosos.
Aunque la ciudad ha abierto refugios para atender la crisis humanitaria, estos han topado su capacidad y no aceptan a aquellos sin documentación, debido a políticas estatales y federales. Los indocumentados que llegan a esos refugios son referidos a la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza para su procesamiento, o a otros albergues administrados por organizaciones no gubernamentales.
Habitantes de El Paso han regalado mantas a migrantes que duermen en las calles para protegerse del frío y las autoridades intentan convencer a quienes duermen en las calles a que acudan a albergues religiosos. Sin embargo, muchos son escépticos del ofrecimiento y han preferido pernoctar a la intemperie, por miedo a ser deportados.