Miles y miles de mujeres desbordaron ayer las calles del centro de la Ciudad, el sitio donde late el corazón político del país, en una manifestación inédita por su dimensión y porque, en medio de una heterogeneidad de edades y procedencias, logró la unidad total de la causa: exigir fin a los abusos, a las vejaciones, a las violencias físicas, sexuales y psicológicas que padecen por el machismo y por el sistema patriarcal.
Su demanda principal: vivir sin miedo (antes de arrancar, muchas de ellas se anotaron en un brazo su nombre, número celular y tipo de sangre, ante la amenaza de ser agredidas con ácido).
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La movilización fue convocada a las 2 de la tarde en el Monumento a la Revolución, sin embargo, desde el mediodía un caudal pintado de negros, verdes y morados, que había tomado fuerza desde el Ángel de la Independencia, inundó Paseo de la Reforma. Entre pancartas y gritos como “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente!”, elevó su protesta mientras se dirigía a la Plaza de la República para arrancar la marcha.
Ahí, entusiasmadas y decididas, en punto de las 14:00 horas, las mujeres del primero de los cinco contingentes tomaron camino hacia el Zócalo. Eran las madres, las hermanas, las hijas y las amigas de las víctimas de feminicidio.
Por avenida de la República caminó una mujer con una prótesis de pierna y su pancarta con la leyenda: “La discapacidad nos une #8M #PorTodas”. Más adelante, una abuela exclamó: “¡Ni una más, ni una más, ni una asesinada más!”, por la falta de justicia, expresó, cuando un agresor sale libre tras cometer un crimen.
Así avanzaron, juntas, paso a paso. Algunas sin conocerse, pero despreocupadas por eso, pues el reclamo homogéneo de justicia las convirtió en familia. n una algarabía única que hacía imposible no escuchar su reclamo.
Muchas adolescentes portaron pañuelos verdes en el cuello y cartulinas con inscripciones en tinta roja —simulando la sangre de las víctimas—, morada o negra en las que se leía: “A las niñas no se les toca, no se les viola, no se les mata” y “Cuando sea grande, quiero ser libre”.
[caption id="attachment_1118065" align="alignnone" width="696"] Manifestantes avanzan hacia el Zócalo, la tarde de ayer. Foto: Daniel Aguilar, La Razón[/caption]
Una de ellas expresó a La Razón: “Es tiempo de señalar la injusticia, de pedir que se detenga el torbellino de violencia, de exigir el cese inmediato de la impunidad. De ir sólo o acompañado, eso no importa, a una marcha en la que el dolor se convierte en una suma de voluntades. Que esta vez, quizás, a partir de esta movilización, las consignas puedan mutar en detenciones de criminales, violadores, acosadores, pederastas, golpeadores y asesinos”.
Las madres que acudieron a la megamovilización de ayer con sus hijos, algunos en hombros o brazos y otros en carreolas, caminaron con orgullo.
“Porque quiero que crezca en una sociedad igualitaria, que no salga a la calle temerosa”, compartió Virginia mientras empujaba el carrito con su pequeña de dos años.
En el trayecto, sobre Avenida Juárez, después de pasar por el Hemiciclo, en la Alameda Central, el primer contingente hizo una parada en la Antimonumenta para reclamar el “olvido” de denuncias en los Ministerios Públicos.
Ahí, decenas de ellas recordaron frases que les repiten una y otra vez cuando preguntan por las investigaciones relacionadas con sus familiares: “vuelva en un mes”, “aún no hay avances”. Un viacrucis que no acaba ni cuando el expediente se va al archivo muerto.
Ahí dejaron pancartas a modo de tendedero con las denuncias que no han progresado desde que ocurrió el delito. Entre lágrimas y un enojo de años, madres de víctimas mostraron las fotografías de quienes fallecieron por razón de género.
Contrario a lo que se dijo, los hombres no fueron excluidos de la movilización. Hubo contingentes mixtos en los que se fusionó un reclamo, a coro, contra el acoso y la violencia, entre dos y hasta tres generaciones.
"Es tiempo de señalar la injusticia, de pedir que se detenga el torbellino de violencia,
de exigir el cese inmediato de la impunidad”
Asistente a la marcha
GOLPES DE MARTILLO. Sin embargo, en distintos momentos los contingentes se detuvieron. Los golpes de mazos y martillos contra los muros provisionales que protegían negocios, monumentos e inmuebles retumbaron, sembraron miedo: a su alrededor, todo mundo corrió sin saber a dónde, por qué o de quién; la gente se metió a las jardineras, a alguna iglesia; abrazaron a un familiar para esperar que cesaran los golpes.
Las que vandalizaban eran mujeres encapuchadas, una minoría respecto a las más de 80 mil que marcharon —de acuerdo con la estimación del Gobierno de la Ciudad—. Era la otra cara de la protesta de ayer que irrumpía como ha ocurrido en los últimos ocho meses.
Ayer comenzaron los destrozos en el edificio del Senado, saquearon tiendas, pintaron y prendieron fuego a la puerta del Hotel Zamora; dejaron el Café Popular con ventanales destrozados y rompieron parabuses. El edificio del ISSSTE, el de la Lotería Nacional y el del Banco de México no se salvaron del aerosol y la barreta.
Sin embargo, el grueso de la movilización también reaccionó de otra forma: con un rechazo a los actos violentos. Desde un simple abucheo hasta gritos abiertos de desaprobación: “¡no las que-re-mos!” y “¡violencia no!”, que provocaron que las embozadas huyeran del lugar para buscar otros inmuebles que vandalizar.
“Aquí ellas no tienen cabida. Esta marcha es pacífica. Estamos pugnando por la no violencia y no vamos a permitir que un grupo de locas empañe el movimiento”, dijo Abril Reyes, asistente a la movilización.
Cuando la punta de la marcha llegó al Zócalo el río de gente se transformó en un mar bravo, picado, cuyo repetido oleaje golpeó con fuerza para pedir, con nombre y apellidos, el esclarecimiento de distintos crímenes. Retumbaron las paredes de 5 de Mayo.
El clamor de justicia se unió a la exigencia de aborto legal, seguro y gratuito, como lo pidió una de las representantes de Crianza Feminista, porque “la maternidad será deseada o no lo será”.
El dato: Delitos recientes contra mujeres como los de Abril, Ingrid o la pequeña Fátima fueron parte de las consignas que se corearon ayer.
Fue una movilización sin tintes partidistas. Los colores con más intensidad venían de las bengalas que disparaban humo dorado, rosa y verde, que formaron en algún momento una nube femenina que cubrió la columna que iba rumbo al Zócalo.
Legisladoras y políticas que participaron en la movilización prefieron mantener un bajo perfil, aunque no perdieron la oportunidad de subir su foto a las redes sociales: la presidenta de la Mesa Directiva de San Lázaro, Laura Rojas, la panista Mariana Gómez del Campo, la senadora Kenia López, la diputada de Movimiento Ciudadano Martha Tagle y la legisladora independiente Lucía Riojas.
Frente a Palacio Nacional las radicales volvieron a irrumpir con la adrenalina desbordada. Una de ellas hizo explotar una bomba molotov que alcanzó a varios de los participantes, incluida una fotógrafa del periódico El Universal. Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del Presidente Andrés Manuel López Obrador, escribió al respecto en sus redes sociales “¡así no!”. Antes, hubo otro suceso violento que lastimó en el rostro a una reportera del diario Milenio.
Aún con ello, el sello de la megamarcha fue un reclamo para poner fin a la violencia de género.
Ayer fue el clamor; hoy, el silencio hablará por ellas.
Con información de Karla Mora y Otilia Carbajal
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