Mientras que México es para los migrantes sólo el puente que hay que cruzar para llegar a Estados Unidos y, para algunos, del que hay que huir lo más pronto posible por la criminalidad que les acecha, hay quienes ya ven a este territorio como su Plan A para reconstruir la vida que dejaron en sus países de origen.
Hace 11 meses, “Odi” salió de Haití, huyendo de la violencia y otras crisis que, asegura, se dispararon más tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse en el 2021. En marzo llegó a Brasil y desde ahí emprendió el cruce por Centroamérica, coleccionando los vilipendios de ser migrante: hambre, enfermedades, cansancio, agresiones y dificultades económicas.
“Pero aquí es diferente, como (todos) los días, tengo ropa, tengo dinero, yo aquí quiero quedar”, asegura con el español que apenas habla, pero que ya le ha servido para conseguir un empleo informal en un mercado del Estado de México, que le da para rentar una reducida habitación, tener días de ocio y asegurar el alimento.
Sorprendida por vivir una vida que creyó sólo alcanzar en Estados Unidos, la mujer ya visualiza una vida a la que quiere invitar a sus dos hermanas y una tía que las crió desde pequeñas.
Y es que cuenta que lo que aquí le ha alcanzado para comprarse un colchón, dos pares de tenis, varias mudas de ropa y una vasta despensa que le alcanzará por varios días, en países como Colombia apenas y le rendía para comer unos cuantos días.
Mientras ella apenas valora quedarse en México, hay otros migrantes que ya tomaron esa decisión, como Oliver, quien salió de Venezuela hace dos años y esta es la segunda ocasión en la que intentaba llegar a Estados Unidos, acompañado de su esposa.
Pero durante los últimos meses ambos cambiaron de decisión. Aún no tienen hijos y en Venezuela “ya no hay nada a qué devolvernos”.
“Aquí comemos diario, ya tenemos trabajo los dos, ya nos rentaron una casita que pudimos amueblar rápido. Aquí yo creo que podríamos tener nuestros hijos y crecerían bien, ¿para qué seguimos caminando? La vida yo creo que ya la podemos hacer aquí y vamos a ver que nos digan qué sigue para quedarnos como debe de ser”, cuenta el hombre.
Para sostenerse económicamente, la pareja sale todas las mañanas de Ecatepec hacia el paradero del Metro Indios Verdes para llegar a sus lugares de trabajo: él, en un taller mecánico y ella en un restaurante como personal de limpieza.
Entusiasmada, comparte lo mucho que le agrada ir los fines de semana a comprar a los múltiples supermercados que encontraron por la zona en que ahora viven y ver decenas de productos para los que les alcanza y de los que pueden comprar la cantidad que les plazca.
En otro extremo, hay para quienes México sólo es de paso. Christopher, un migrante salvadoreño, lleva tres meses en territorio mexicano, en espera de conseguir una cita en el CBP y cada día le pasa lento.
Vive en una de las pensiones atestadas de Revolución, donde paga mil 500 por quincena y si le va bien alcanza a dormir en un cartón, pero si lo pierde, se lo roban o se queda sin piso, no le queda más que pasar las noches en un rincón sentado abrazando su mochila.
“Aquí y El Salvador se parecen, pero no, no es lo mismo. Aquí me tratan mal, para todo cobran, en todos lados roban a uno. Ya perdí más billetes y no dejan vender nada. Quise limpiar carros y me cobraban para dejarme hacerlo; aquí en las casas les decía que barría o les ayudaba y me corrieron. Las puertas están cerradas”, contó.