Prudencia política y otros caprichos

RAÚL ABRAHAM CASTRO CORONA

Tinta ITAM

Qué difícil es aterrizar las abstractas nociones de democracia, libertad y justicia. Más aún cuando nuestro día a día se caracteriza por la incertidumbre económica, la inseguridad próspera, la corrupción enquistada y sobretodo, la falta de respuestas.

¿Hasta qué grado nuestra opinión del momento político tiene validación en la realidad? Pareciera absurdo el preguntarlo. La coyuntura política siempre genera opiniones divididas: o bien indiferencia y rechazo, o bien una defensa apasionada y terca.

¿Qué tan crítica y objetiva puede llegar a ser nuestra percepción? Cuando señalamos culpables, exigimos resultados y llamamos a la acción -incluso cuando escogemos no hacer alguna de las anteriores- estamos tomando postura y entonces la pregunta cobra relevancia.

Pensaría que la crítica es condición sine qua non para una democracia liberal. Si nos reconocemos como actores: ¿entonces cómo canalizamos nuestra participación? ¿preferimos acaso ser meramente espectadores de aquello que llamamos “la política”?

Tal vez así se explica nuestra fascinación por la tan aclamada serie "House of Cards". Esperamos con ansias –yo incluido– el lanzamiento de una tercera temporada para ser testigos del pragmatismo amoral de un actor que pretende controlar a un sistema.

Luego, creemos que así funciona el ejercicio de la política en la realidad. Fiestas millonarias de un alcalde que llegó como candidato independiente; el activismo político de un director galardonado; las respuestas institucionales a cartas privadas del Papa; la captura del líder de un grupo delictivo que estaba en la nómina magisterial; la renuncia de un líder que quería ser presidenciable del partido hoy abandona; los plurinominales flamantes de un partido que promovía una consulta para eliminarlos; la publicidad que no se sabe si es propaganda electoral; los premios de candidaturas en rifas de partidos; diplomáticos ministros; institutos electorales imposibilitados para cumplir su mandato; la marginalización de un procurador cansado; la gira británica del Presidente; el eco de padres que buscan respuestas…

La coyuntura mexicana iniciaría un debate entre griegos y latinos: ¿es tragedia, comedia o drama? Aún más, no pondría de acuerdo a Voltaire ni a Leibniz: ¿vivimos acaso el peor o el mejor de los mundos posibles? Probablemente la alternativa para esta impotencia y frustración es cambiar las preguntas.

Así, entonces, las ideas ingenuas se convierten en las más prudentes; las menos probables son las más racionales y las más recurrentes terminan siendo las más ilógicas.

¿Qué tal empezar por unas elecciones con alta participación del electorado, una profunda supervisión por parte de la sociedad civil y una extensa cobertura mediática.

Podría intentar planteando: ¿Cuáles son las instituciones que modelan el comportamiento de los actores? Si es mucho, ¿Es esto algo exclusivo de México? O sin ir más allá, ¿por qué no disfrutar la actuación de Kevin Spacey como la ficción que es y asumir el reto de cuestionar nuestra realidad política sin metarrelatos? ¿Es prudencia o capricho hacernos estas preguntas?

raul.castro@itam.mx

@RaulAbCastro