En febrero de 2016, el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, afirmó que veía más cercana su salida de la Embajada de Ecuador en Londres tras el dictamen de la ONU que pedía su liberación y aseguró que no temía los riesgos que afrontar cuando abandonara el que ha sido su refugio desde junio de 2012.
“No le tengo miedo a nada, pero entiendo cuál es mi situación", dijo Assange en una conversación telefónica para la agencia española EFE, en la que mostró confianza en que Suecia y el Reino Unido permitieran pronto que abandonara la delegación, aunque Washington todavía buscaba someterlo a un juicio por la filtración de miles de cables diplomáticos en 2010, en el que podría afrontar la pena de muerte.
“Una vez pase un cierto periodo en el que querrán salvar las apariencias, confío en que veremos cómo Londres y Estocolmo respetan sus obligaciones internacionales", afirmó el activista, que por motivos de seguridad rehusó desvelar a dónde planeaba trasladarse cuando abandonara la capital británica.
El "hacker" australiano veía la resolución del Grupo de Trabajo sobre Detenciones Arbitrarias de la ONU del 5 de febrero, que pedía que se respetara su "libertad de movimientos", como una "enorme victoria" personal sobre tres países.
En ese año, el fundador de WikiLeaks, cuyo equipo legal era liderado por el exjuez español Baltasar Garzón, Assange también aseguró que el organismo internacional sufrió "serias presiones políticas" por parte de Washington y que "una victoria en esas circunstancias demuestra la integridad de los juristas" que componen el Grupo de Trabajo.
Assange, de 44 años, a quien Suecia reclamó para interrogarle sobre un supuesto delito sexual del que no ha sido acusado formalmente, mostraba un buen estado de ánimo tras cinco años y medio privado de libertad -dos en arresto domiciliario en Londres y más de tres en un espacio de 19 metros cuadrados en la Embajada ecuatoriana-.
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