Por primera vez, el príncipe Mohammed bin Salman hizo pública su responsabilidad por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, el año pasado, en el consulado saudí en Estambul, por parte de agentes vinculados al heredero real.
“Sucedió bajo mi vigilancia. Tengo toda la responsabilidad, porque sucedió bajo mi supervisión”, declaró a la cadena PBS, después de que, en una conferencia de inversionistas en Arabia Saudí, pocas semanas después del asesinato, el príncipe calificó el hecho de “crimen atroz” y un “incidente doloroso”; además de prometer que los responsables pagarían.
La muerte de Khashoggi provocó tal perturbación mundial, que la imagen del príncipe se machó, al grado de poner en peligro planes ambiciosos para diversificar la economía del principal exportador de petróleo en el planeta y abrir a la sociedad saudita enclaustrada.
Tras las negaciones iniciales del heredero, la narrativa saudita oficial culpó del asesinato a los agentes deshonestos. El fiscal aseguró que el entonces subdirector de Inteligencia ordenó la repatriación de Khashoggi, un miembro de la realeza que se convirtió en un crítico abierto, pero el negociador principal ordenó que lo mataran después de que fallaran las discusiones sobre su regreso.
Once sospechosos sauditas han sido enjuiciados en procedimientos secretos, pero sólo se han celebrado unas pocas audiencias. Un informe de la ONU solicitó que se investigue al príncipe y a otros altos funcionarios sauditas por el caso.
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