Las fracturas por un Brexit que no llega agotan a Reino Unido

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El año que termina no pudo acreditarse la esperada ejecución del Brexit; 2019 sólo fue el escenario de la incertidumbre prolongada previa a un difícil proceso de divorcio en un matrimonio que aún hoy se resiste a separarse sin ganar.

Gran Bretaña y la Unión Europea se enfrascaron en dos largas negociaciones que, si bien llegaron a puerto, no lograron convencer al Parlamento inglés, que los revotó de inmediato. Primero, el proyecto de salida de la primera ministra Theresa May, quien pese a editar varias veces su pacto experimentó tres derrotas en cadena, incluso entre los diputados de su propio partido, el Conservador, que la orilló a renunciar después de tres años de esfuerzos sin frutos.

May pasó la batuta al nacionalista Boris Johnson, el temido Trump británico, llamado así por la afinidad ideológica que guarda con el presidente de Estados Unidos y con los renacidos movimientos de ultraderecha en Europa.

Johnson, quien hizo campaña en 2016 para convencer a los británicos de abandonar el barco del euro, se convirtió en el primer ministro número 13 de Isabel II. Con un discurso radical prometió cumplir con la voluntad del pueblo británico que dijo “sí” al Brexit en 2016.

La misión de Johnson era acabar la tarea que su antecesora no pudo llevar a término, con fecha límite el 31 de octubre de 2019. Para ello tuvo qué convencer a los líderes de la Unión Europea de renegociar, cuando estaban muy aferrados con el pacto que ya habían firmado en la era de Theresa May.

Ya muy cerca de la nueva fecha límite, el primer ministro logró lo que nadie esperaba: un acuerdo renovado, muy similar al de su antecesora pero con ligeros cambios en la cláusula que contempla a las Irlandas, el gran escollo.

Irlanda del Norte (provincia británica) e Irlanda (república independiente) constituyen el asunto más problemático del Brexit, ya que, al ocurrir la separación, este territorio tendrá que quedar dividido por una frontera física, un escenario temido por los irlandeses que vieron morir a finales de la década de 1990 a cerca de 3 mil personas por un conflicto entre quienes apoyaban la separación y entre los partidarios de permanecer unidos.

Boris Johnson alcanzó un nuevo trato, pero se quedó, como May, lejos de su ratificación, en un Parlamento que también lo reprobó. Furioso, el premier de derecha recurrió a la reina Isabel para que suspendiera a la problemática Cámara. Esta medida le permitiría actuar sin necesidad de consultar a los diputados.

Pero los parlamentarios se movieron con rápidez y echaron abajo su inhabilitación. La renuncia de varios diputados conservadores le hizo perder la mayoría y el Poder Legislativo aprobó una ley para evitar que sacara a Reino Unido de la Unión Europea sin un acuerdo.

Un Johnson herido tuvo qué tragarse su orgullo para pedir a Europa otra prórroga al 31 de enero; sin embargo, hizo que el Parlamento lo apoyara para convocar a elecciones, en las que puso a disposición su cargo en una arriesgada apuesta política.

Los británicos concurrieron a sus primeras elecciones navideñas en 40 años, en las que Johnson terminó por remontar, sorpresivamente, con una mayoría absoluta que, inmediatamente después de asumir el cargo, votó a favor del acuerdo de salida del primer ministro, a quien le dieron más posibilidades para ejecutar un Brexit con o sin acuerdo, apenas comience el nuevo año.