El teléfono de la funeraria Alache no para de sonar. El identificador de llamadas recibe los números de todos los barrios de Guayaquil (en Ecuador), de los hospitales y de las morgues, todos a tope. Son los números de parientes de decenas de caídos por el nuevo coronavirus, que ya ni siquiera tendrán una sepultura digna.
“De verdad estoy con miedo. Yo mañana cierro la funeraria, ya no voy a vender cajas”, avisa Alain Alache, uno de los 10 socios de la empresa de servicios exequiales en la capital económica de Ecuador, donde un virus no sólo desquició su trabajo de toda la vida y el de su familia, sino que le ha hecho replantear su posición frente a la muerte.
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“Tengo 47 años, yo nací en una funeraria, he dormido en cajas desde chiquito, he visto tantos muertos de todo tipo, pero esto que estoy viendo ahorita nunca lo he visto en mi vida”, cuenta aún con la exaltación en la voz, al justificar su decisión de esperar quizá 15, 20 o 30 días a que el fantasma de la pandemia se aparte de las calles de Guayas, la provincia que acapara el 70 por ciento de los fallecimientos por COVID-19 en todo Ecuador.
No es que Alain tema necesariamente a estos muertos que hace unas semanas recorrieron el mundo en videos virales que los muestran apenas cubiertos con sábanas en las calles o los que se instalan en criptas de hule y cartón afuera de las casas, porque no hay funeraria que quiera recogerlos.
“Yo tengo miedo por mi familia, pues yo soy diabético e hipertenso y si me enfermo no sé si pase o no pase y yo tengo a mis niños pequeños todavía, por eso mejor cierro mis actividades, aquí no tenemos respaldo de nadie”, comentó a La Razón.
Si bien la tasa de mortalidad de Ecuador comienza a disminuir después de más de un mes de encierro, el espectro de las víctimas de COVID-19, que yacen sin enterrar en su casa o en los hospitales refleja la peor cara de la pandemia en toda América Latina.
El gobierno de la provincia de Guayas, donde Guayaquil es capital, informó que 6 mil 700 residentes murieron en la primera mitad de abril, en comparación con las mil que fallecen en un año normal.
Un análisis publicado por el diario The New York Times estima que el número real de muertes por coronavirus en Ecuador puede ser 15 veces las 503 muertes registradas oficialmente, antes del 15 de abril.
“NO QUEREMOS TRABAJAR ASÍ”
Este pavor a tratar muertos con coronavirus, dice Alain, es un sentir generalizado en todas las funerarias de Guayaquil, cuyos trabajadores han optado por apartarse, lo que ha contribuido al colapso de las empresas dedicadas “al descanso eterno”.
“Los muchachos que trabajan conmigo me pidieron que paremos la actividad, ya no queremos trabajar, yo les digo, bueno muchachos, tienen razón”, comenta.
Así como se ha denunciado escasez de equipo médico para proteger al personal sanitario en los hospitales, los suministros con los que las funerarias trabajan también agotaron sus existencias.
“No hay vestimentas. Ayer conseguí dos trajes, pero se me rompieron, quiero comprar más, pero no hay, no hay cómo conseguirlos, no hay cómo ayudar”, cuenta con impotencia.
[caption id="attachment_1162391" align="alignnone" width="696"] Foto: AP Photo/Dolores Ochoa[/caption]
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Además, dijo, “tampoco hay doctores” que certifiquen la muerte de las personas a las que brindan sus servicios.
“Hasta el doctor que formaliza las defunciones me dijo: ‘yo no trabajo más’, se me fue el doctor, no hay quién formalice y así mucho menos puedo”, lamentó.
La expulsión de 400 médicos cubanos de Ecuador, el año pasado, parte del enfático cambio político hacia la derecha del presidente Lenín Moreno, dejó grandes agujeros entre el personal de salud, que ya cuenta con una plantilla muy reducida.
Jhon Jairo Acevedo, otro trabajador funerario en Guayaquil, compartió a La Razón que ejercer su oficio pone a su gremio en una situación de peligro.
“Dar atenciones es muy riesgoso, no sólo por los fallecidos sino por los familiares que pueden estar contagiados. Tenemos que ayudar en todo el proceso de trámites y sepulturas, tenemos que tener una relación con muchas personas y nuestros trabajadores tienen miedo.
“Suelo trabajar 24 horas, cuando tengo a todo el equipo conmigo, pero con esto hay colaboradores que mejor decidieron poner un stop, para el cuidado de ellos y para el cuidado de su familia”, relató Acevedo, quien incursionó en el negocio de los funerales desde hace cinco años.
Aunque hacer una pausa implica una pérdida casi total de los ingresos de su familia, Jhon Jairo prefiere dar varios pasos atrás, antes de arriesgarse, “porque primero están las personas, por eso he respetado las decisiones de cada uno de mis trabajadores”.
Para quienes se quedan, “pues con la bendición de Dios, nos protegemos con alcohol, guantes, mascarillas, trajes antifluidos desechables y todo lo que encontremos, teniendo fe en no salir infectados también”.
EN ECUADOR, "NO ALCANZA EL DINERO PARA CREMAR"
Alain compartió su frustración porque este colapso del sistema funerario le ha impedido hasta apoyar a su propia familia cuando más lo necesita.
“El otro día murió un pariente. Mi tía me llamó al mediodía: ‘Alain, tengo al muerto desde las cinco de la mañana, por favor ayúdame, nadie lo ha venido a ver’, y yo le dije: ‘tía, yo no puedo ir por su muerto porque no tengo quién me firme el certificado (de defunción), porque en el cementerio no me lo van a recibir’”.
Aunque las autoridades ya explicaron que una persona que fallece por COVID-19 no tiene que ser necesariamente cremada, como se exigió al principio –una de las razones por las que muchas familias sin recursos tuvieron que ocultar que su ser querido no había muerto por la pandemia— aún hay funerarias que sólo ofrecen la costosa cremación para estos casos.
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“No tiene plata la gente para cremar, una cremación para ese tipo de muertos de COVID-19 cuesta mil 350 dólares (cerca de 33 mil 615 pesos mexicanos), son gente pobre que ni siquiera tiene para comprar una caja de 300 dólares, mucho menos va a pagar mil 350 (poco más de 7 mil 400 pesos) para cremar un muerto, es imposible”, explicó.
También lamentó que “la ignorancia” de las personas ha contribuido a la expansión del brote en Ecuador.
“Si corren con suerte y llevan (a sus familiares) a enterrar directo, no pasa nada, pero aquí muchos los tienen en su casa, hasta el otro día, y aunque saben que es un muerto que tuvo COVID-19, se acercan para abrazarlo, a llorarle y enseguida también se infectan”.
“¡POR FAVOR NO SALGAN!”
Hacer que la orden de quedarse en casa se cumpla es una tarea que el gobierno ecuatoriano —y en particular el de Guayaquil—, no puede lograr, y no porque las personas sean incrédulas —más de la mitad de la población en la ciudad costera conoce o tiene a un familiar que tuvo, tiene o murió en medio de la pandemia—, lo que pasa es que, en muchos casos, la cuestión es elegir entre comer o salvarse del virus.
Vicente Gaibor, fotoperiodista radicado en Guayas, contó a La Razón que es imposible obedecer, “en primera, porque si vives en una estrecha habitación de lámina, donde el calor no baja de los 30 grados centígrados, no te puedes quedar adentro, y después porque mucha gente aquí vive con uno o dos dólares al día".
“Si sales a trabajar, y además debes comprar una máscara que te llega a costar hasta 12 dólares, la verdad es que prefieres comer a tomar todas las medidas que se dictan”, lamentó.
Los ecuatorianos no pueden abandonar sus hogares en absoluto entre las dos de la tarde y cinco de la mañana.
Fuera del toque de queda, sólo pueden salir a buscar comida, para un trabajo esencial o por razones de salud, usando máscaras y guantes. El transporte público está cancelado.
En el país, donde el ingreso anual promedio es de 11 mil dólares, el gobierno comenzó a otorgar subsidios de emergencia de 60 dólares (mil 500 pesos) a familias cuyos ingresos mensuales son menores a 400 dólares (9 mil 900 pesos), también abrió refugios para sacar a las personas sin hogar de las calles y expropió hoteles para aislar a los infectados.
Alain Alache sabe de esto, pero desde su trinchera, siendo partícipe de tanta tragedia, envía un mensaje a sus compatriotas.
“Por favor no salgan de sus casas, se los dice el dueño de una funeraria, yo lo veo, lo palpo a diario de frente, y no quiero verlos por acá”, señala al referirse a su negocio.
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