Tras huir de la violencia en su pueblo en Guatemala pero sin poder unirse a sus familiares en California por las restricciones estadounidenses de asilo, una familia de 15 personas se unió a una vigilia organizada por el albergue donde se están quedando justo al sur de la frontera.
El servicio religioso en la pequeña iglesia metodista del refugio Buen Samaritano no se compara con las largas celebraciones navideñas que disfrutaban en Nueva Concepción. Allí había fuegos artificiales, tamales de puerco y procesiones donde cantaban y portaban una estatua de la Virgen María desde la iglesia hasta cada vivienda.
“Sí está difícil dejar esas tradiciones atrás pero se tenía que dejar por lo mismo”, declaró Marlon Cruz, de 25 años, quien era agricultor de yuca y plátanos en Guatemala. “Cuando vas de casa en casa y escuchas disparos, por eso nos quedamos en la casa encerrados”.
Decenas de miles de migrantes que huyeron de la pobreza y la violencia en sus países casi seguramente pasarán la Navidad en albergues atestados o en las calles de poblados de la frontera, donde muchos suelen ser víctimas del crimen organizado.
El gobierno estadounidense le pidió esta semana a la Corte Suprema no levantar las restricciones por la pandemia contra los solicitantes de asilo antes del fin de semana festivo. Un tribunal inferior ya había otorgado el pedido de la administración de darle hasta el 21 de diciembre antes de levantar las restricciones, conocidas como Titulo 42. Las restricciones han sido usadas más de 2,5 millones de veces para expulsar a solicitantes de asilo que cruzaron la frontera ilegalmente y para rechazar a la mayoría de los solicitantes en la frontera.
No se sabe cuándo el tribunal tomará su decisión. También está evaluando el pedido de varios estados de mantener las restricciones en momentos en que las llegadas de migrantes ascienden a niveles sin precedente. En El Paso, Texas, en semanas recientes, ha habido una cifra sin precedente de migrantes que cruzaron sin ser detectados o que fueron detenidos y luego soltados.
En respuesta, la Guardia Nacional de Texas fue despachada a la frontera esta semana y estará allí hasta después de Navidad, dijo la sargento primera Suzanne Ringle, aunque los agentes tendrán tiempo para asistir a servicios religiosos con capellanes.
Los albergues de la ciudad ya están copados, dejando poco tiempo para celebraciones y a muchos migrantes en las calles, en medio del frío.
En uno de esos campamentos Daniel Morgan, de 25 años, y residente de El Paso, vino con un sombrero de Santa Claus y un suéter verde con adornos navideños, afirmando que quería “llevar sonrisas” a los presentes.
“Este es un tema complejo y yo no soy experto en eso”, manifestó Morgan mientras repartía dulces. “Cristo vino al mundo para entregarse a nosotros y esa es la razón por la que vine yo, para darle a otros lo que yo tengo”.
El reverendo Brian Strassburger, un cura jesuita que ayuda a migrantes a ambos lados de la frontera a unos mil 200 kilómetros en Rio Grande Valley de Texas, también consideró que hay semejanzas entre la Familia Santa y las experiencias de migrantes que participaron con él en las festividades de la Casa del Migrante en Reynosa, México.
La posada, muy popular en Latinoamérica, conmemora la búsqueda de albergue por parte de María y José cuando fueron obligados a ir de su aldea a Belén antes del nacimiento de Jesús.
Cuatro niñas llevaban estatuillas y otros migrantes –muchas de ellas mujeres embarazadas cuyas parejas tuvieron que acampar en la calle por falta de espacio– cantaron los himnos religiosos sobre una familia que no tenía donde quedarse y una mujer embarazada que tuvo que soportar el frío.
“Como que actuamos la escena de la posada todos los días”, dijo Strassburger, quien también planea oficiar misa en albergues en Navidad.
Incluso las familias haitianas, donde las posadas no son populares, participaron con entusiasmo en los cantos y la repartición de buñuelos preparados por las monjas mexicanas que administran el albergue.
También se turnaron golpeando a la piñata, aunque los aproximadamente 70 niños fueron los que disfrutaron de eso más.
“Ver a los niños riendo es la expresión de alegría que Cristo le trajo al mundo”, dijo Strassburger. “Hay algo de alivio, de alegría auténtica. Están cargando con mucha ansiedad e incertidumbre”.
Edimar Valera, una madre venezolana de 23 años de edad quien lleva más de un mes en el albergue con su hijita de 2 años, además de su madre y otros familiares, dijo que la posada les da un respiro en medio de la ardua espera.
“Fue chévere, bailamos todos, batimos una piñata y comimos pizza con Coca Cola”, dijo. “Pero al estar aquí obviamente me siento triste porque no es donde quiero estar”.
En un albergue para migrantes y otros sin hogar en El Paso, Loreta Salgado también halló razones para contentarse, aunque dejó atrás a su familia, incluyendo su hijo y su nieto, en La Habana, Cuba, desde hace más de un año.
Salgado atravesó 11 países, de Brasil a México. Sufrió hambre, la muerte de un compañero mordido por una culebra, fue robada y tomada como rehén por enmascarados. El amigo cubano que le prometió ayudar al llegar incumplió su promesa, por lo cual Salgado no tiene dinero ni a dónde ir.
DGC