¿Cómo mueren las libertades? Talibanes vs. mujeres

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

El 23 de agosto de este año, el Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio, de las autoridades talibanes de facto de Afganistán, promulgó la ley de la moral; junto con el “Manual de audiencias y denuncias” y los instrumentos de organización del sector, las autoridades cuentan con los documentos jurídicos —normativos y procesales— para dirigir la moralidad de los ciudadanos. ¡Ni Orwell se atrevió a tanto!

La ley tiene 35 artículos que norman las conductas de las mujeres, pero también sobre los hombres y la interacción entre ellos y la actuación en público y en privado.

Una de las primeras restricciones fue la prohibición de que las mujeres aparecieran en películas, la transmisión de películas que reflejaran culturas extranjeras y contuviera humor considerado ofensivo por las autoridades talibanes, porque como leímos en El nombre de la rosa, de Umberto Eco, la risa es un arma del maligno que hace que el rostro humano se vuelva diabólico.

Para los varones, hay normas relativas a su apariencia: prohibe cortes de cabello estilo occidental y las barbas no deben afeitarse ni recortarse menor que la longitud de un puño.

De manera resumida, para las mujeres, las normas son las siguientes: la obligación del uso del hiyab: todas las mujeres deben ir cubiertas completamente, sin maquillaje y sin perfume. Además, deben evitar cualquier sonido en público: hablar, cantar, gritar o recitar. Tampoco pueden estar en parques, gimnasios y baños públicos.

Respecto a la educación, las niñas no pueden estudiar más allá del sexto año, correspondiente a la educación primaria. También hay restricciones para el trabajo de las mujeres, pues hay impedimentos para que haya negocios dirigidos por ellas.

Para los traslados, las mujeres deben ir acompañadas por un Mahran, guardián masculino. En el espacio público, tienen prohibido mirar a cualquier hombre.

Lo más chillante de todo este delirio es que es estrictamente legal: ¡Hombre! ¡Que las atrocidades han de hacerse bajo el resguardo del derecho! Y nada más natural que normar las conciencias y los cuerpos de los ciudadanos, ¡lo sabemos todos! Y los que difieren, “no entienden que no entienden”.

El problema no son las contradicciones o los errores que, con razones, podrían resolverse. Lo insuperable es el amor por el abuso porque es intransitable: no hay forma de reconstruir o mejorar un sistema que se ha corroído de esa forma.

La ley inicia: “En el nombre de Allah, el más misericordioso, el más compasivo”, pero esta idea no se refleja en las sanciones que van desde “consejos, advertencias de castigo divino, amenazas verbales, confiscación de bienes, detención de una hora a tres días en cárceles públicas y cualquier otro castigo que se considere apropiado”: lapidaciones o golpizas, por ejemplo.

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