La unión de la extrema derecha con la izquierda en Francia asestó un duro golpe al gobierno al tumbar al primer ministro, Michel Barnier, y arrastrar a la nación a otra crisis política y económica, justo cuando el presidente Emmanuel Macron se prepara para recibir a invitados de talla mundial para la reapertura de la Catedral de Notre Dame.
Con una votación contundente de 331 —de 577—, los progresistas de la Asamblea Nacional aprobaron la moción de censura contra el líder del gabinete al cumplir su amenaza de cobrarle al conservador el desafío de sacar un presupuesto con poderes constitucionales tras evadir a las bancadas y el consenso que prometió al asumir el cargo; éste trató de aferrarse al poder al advertir que forzar su renuncia sería aún más difícil en referencia a la incertidumbre de fin de año.
Pero su endeble resistencia al mostrarse frontal y declarar en su último mensaje “no tengo miedo”, no tuvo impacto.
Sus críticos, miembros de la extrema derecha, Agrupación Nacional, y el Nuevo Frente Popular, no dudaron en castigarlo luego de que el conservador justificara que los cambios presupuestales en materia de austeridad que supuestamente negoció con todos los grupos parlamentarios evitaban un importante déficit público, pues el premier reiteró que tomó la mejor decisión al nutrir la propuesta, lo que sus opositores rechazaron al sostener que no protegió los intereses de los franceses.
Con ello, se convirtió en el premier con la gestión más corta, apenas 91 días, un derrocamiento que no sacudía al país europeo desde 1962, poco después de que la ultraderechista Marine Le Pen asestó en su mensaje que “llegó el momento de la verdad”, un claro reto a Emmanuel Macron al recordarle que gobierna en minoría y no tendrá el control para elegir al sucesor de Michel Barnier, evidenciando que su grupo ya daba por hecho que el primer ministro retornaría a su escaño.
En respuesta, el líder galo recriminó a sus detractores por generar incertidumbre y asustar a la gente.
Refirió que no hay motivo para hacerlos temer, pues “tenemos una economía fuerte” y aseveró que, pese al claro debilitamiento al poder, concluirá lo que resta del mandato, hasta 2027, al recordar que no pueden celebrar elecciones legislativas inmediatas, lo que anticipa un duro estancamiento para su agenda política al forzarlo a reevaluar qué tipo de gobierno quiere y si está listo para resistir mucha más presión tras la renuncia que se hará oficial hoy en el Palacio del Elíseo.
En tanto, queda en vilo la definición en torno al gasto del próximo año previo a Navidad, lo que podría generar turbulencias en mercados financieros.
Y ahora debe decidir a contrarreloj con menos de 72 horas y aún en el extranjero, por su gira en Asia, para designar al nuevo líder para hacer gobierno y calmar la tensión ante el magno evento de este 7 de diciembre en el que recibirá a decenas de delegaciones y homólogos para la reapertura de la catedral incendiada hace cinco años, entre ellos el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump.