Lo que en la política alemana hace dos semanas parecía urgente: la elección del líder del partido conservador y potencial sucesor de la canciller Angela Merkel, pasó a segundo plano ante la escalada de contagios en el país, que ayer superó los 15 mil 300 y 44 muertes.
En aquel pasado inmediato, había mucha prisa por el proceso sucesorio y coronar a un nuevo presidente de la Unión Demócrata Cristiana, tras la retirada de la aspirante Annegret Kramp-Karrenbauer. Pero el coronavirus frenó en seco el trámite y pulverizó los equilibrios de poder.
De entrada, el calendario del Congreso extraordinario del partido, previsto para el 25 de abril, en el que se elegiría al nuevo líder, fue pospuesto hasta que las circunstancias lo permitan.
Hasta entonces seguirá al frente Kramp-Karrenbauer, quien es, además, ministra de Defensa y que se encuentra volcada en la lucha contra el coronavirus.
Pero más allá de fechas y logística, la carrera sucesoria se ha desvanecido en cuestión de días, dada la gravedad de la situación, y también por las circunstancias que rodean a cada uno de los candidatos.
Uno de los dos favoritos en la carrera, Friedrich Merz, dio positivo al coronavirus y está en cuarentena. Así lo anunció el martes en Twitter, para un día después advertir que su estado de salud empeoraba.
Mientras Merz convalece, un supuesto número dos en una candidatura conjunta ha cobrado protagonismo en la gestión de la crisis sanitaria. Uno de ellos es Jens Spahn, ministro de Sanidad alemán, quien antes de estallar la crisis anunció que renunciaba a sus aspiraciones para formar parte del equipo de Armin Laschet, el candidato más centrista.
Ante esta perspectiva, en medio de una emergencia sanitaria sin precedentes, parece razonable pensar que la carrera sucesoria vuelve a estar abierta de par en par.