La alegría de Alí Chumacero era desbordante y contagiosa; su conversación, seductora por ingeniosa e irónica; su amor por la vida, apasionado y fiel.
Ninguna de esas virtudes se vio opacada por la línea de niebla que es la conciencia de nuestra fugacidad y nuestra fragilidad, el herido temor donde flotamos. Consciente de la vulnerabilidad humana y de la brevedad de la vida, Alí Chumacero se confortó y se enriqueció en la poesía, tradujo en sus poemas lo que presienten los sentidos, miró hacia adentro, más allá de las superficies, opuso un dique al transcurrir del tiempo y lo tornó en uno que regresa constantemente a su principio.
Se ha dicho con razón que Alí Chumacero creó en su poesía un universo desolador (Marco Antonio Campos, prólogo a la Antología personal), donde la libertad del hombre es sombra / y los muertos entierran a los muertos, pero también cantó prodigiosamente lo más vivo, lo que nos hace sentir más vivos: la intensidad inigualable del deseo, el amor y la nostalgia: ¿Dónde poner la vista? Si levanto / el rostro, la mirada te apresura; / suspendida persistes en la impura / diafanidad salobre de mi llanto. / Si naufraga mi voz, el labio inicia / tu nombre sin cesar, y ahí germina / pues no soy sino sueño, lirio, ruina, / designio de tu lánguida caricia.
El poeta reflejó magistralmente el fulgor, como un incendio al aire desatado, de los cuerpos desnudos que encienden sobre el tacto un suave amor que inunda / con sus trémulas olas palpitando / a través de la piel, acumuladas / bajo el húmedo aliento de los labios.
Alí Chumacero reza: Yo, pecador, a orillas de tus ojos / miro nacer la tempestad; deja testimonio del portento: incrédulo desciendo al manantial de gracia, y venera a la elegida entre todas las mujeres, a quien designa pastora de esplendores.
Su fascinación por la mujer no lo hace olvidar ni un instante que no habrá milagro ni salvación posible, pero en su poesía disuelve el misterio de la finitud. Si Quevedo proclamó que el amor no termina con la muerte (polvo serán, mas polvo enamorado), Alí Chumacero lo eterniza: Antes de que el viento fuera mar volcado, / que la noche se unciera su vestido de luto / y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo / la albura de sus cuerpos. / Antes que luz, que sombra y que montaña / miraran levantarse las almas de sus cúspides; / primero que algo fuera flotando bajo el aire; / tiempo antes que el principio. / Cuando aún no nacía la esperanza / ni vagaban los ángeles en su firme blancura; / cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios; / antes, antes, muy antes. / Cuando aún no había flores en las sendas / porque las sendas no eran ni las flores estaban; / cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas, / ya éramos tú y yo.
ldelabarreda@icesi.org.mx