Anaïs Nin, en lo que sería su obra fundamental, los siete tomos de su Diario, escribió sobre Henry Miller: "La misma cosa que hace a Henry indestructible me hace indestructible a mí: en el fondo de nosotros hay un escritor, no un ser humano". Y Miller escribió sobre ella: "Ella era para mí la persona más importante que he conocido, alguien a quien verdaderamente podría llamar un alma 'fiel'. Se lo debo todo". Fue la palabra el vehículo de seducción de su largo idilio pasional y literario.
Villa Seurat
21 de febrero de 1939
Anaïs:
En el principio fue la palabra, pero para que apareciera la Palabra primero tuvo que haber algún tipo de separación. Para separarse del seno de la creación tuvo que haber una necesidad, una necesidad humana. La palabra es siempre un recordatorio de un estado más perfecto, de una unión o unidad que es inefable e indescriptible. La creación es siempre difícil porque constituye un intento de recobrar lo que se ha perdido. Para recuperar algo antes debemos sentir su pérdida.
Tú ya conoces todas las alegrías y los terrores de la creación. Has estado jugando a ser Dios desde que fuiste capaz de hablar. En ese atlas neptuniano [el Diario de Anais Nïn] que estás consagrando a la posteridad has registrado las metamorfosis proteicas de tus uniones y separaciones.
Es el Arca de la Alianza de lo perdido. Comenzaste la construcción de tu nave, como un verdadero marino, a la vista de las aguas. Lo confías a las aguas del olvido. Cincelas tu propia imagen en la proa del barco. Allí permaneces sujeta, cortando las aguas incesantemente. Cualquiera que sea la dirección en que sopla el viento, tú señalas el camino.
Para mí el Diario es como la aguja móvil de la brújula. Aunque siempre señale el norte, se mueve no obstante con el barco y con quienes lo gobiernan, y con la corriente que dirige su rumbo. Si imaginamos que tu barco navega incesantemente, como sin duda lo hará, su destino cambiará como las mismas estrellas cambian su curso. La dirección corresponderá siempre al norte, pero el viaje será elíptico con cambios más bien de clima que de latitud y longitud. En tu interminable cuaderno de bitácora sola la letra permanece inalterable. La firma será siempre la tuya, siempre veloz, precisa y legible... tú escribes desde un punto que está más allá de los cambios. Tú registras la invariabilidad de los cambios, la eternidad de las metamorfosis. Has elegido no tanto crear como registrar la creación...
Procuras siempre llenar la nave vacía de la vida. Al principio, literalmente, regalando cosas —el alimento y la sustancia de la vida—, más tarde, dándote cuenta de que es una tarea inútil, que posiblemente no podrías esperar dar abasto a todas las necesidades de los que acuden a ti, transformando los panes y peces en vino de la vida, ofreciendo la eterna fuente de la sabiduría que sólo puede dar vida.
Y finalmente te darás cuenta de que incluso eso no es suficiente, ni bastante eficaz […].
Mientras uno se sienta en el cuerpo de la ballena anotando los cambios de temperatura, levantando mapas y cartas marinas de su dinamismo interior, la gran ballena se zambulle en las profundidades. Debemos dejar la pluma, el lapicero, el pincel y convertirnos en la ballena misma. La verdadera experiencia está allá abajo, en las aguas profundas en las que nada la ballena. Tú crees que estás alimentando al mundo, pero sólo alimentas a la ballena […].
Cuando digo, como a menudo lo ha-go, que mi vida, desde los veintiún años hasta hace poco, no fue más que un rodeo, me refiero a que gran parte de mis esfuerzos se desperdiciaron en una lucha no reconocida por adaptarme al mundo, disfrazando la adaptación final como un intento de conquistar o seducir al mundo a través de mis facultades creativas como escritor. Antes tendría que haberme adaptado a mí mismo […].
Mediante una resuelta consideración de su propio yo, uno llega gradualmente a estar tan en armonía con el mundo que ya no tiene que pensar en sus obligaciones hacia los demás. Uno deja de pensar en que causa a otro dolor o pena o desilusión porque sus actos y sus palabras llegan a ser tan transparentes que siempre se transluce la intención de su corazón. El miedo desaparece cuando uno se convence de que no puede hacer nada malo, cuando hace lo que le place porque es lo único que se puede hacer. A menudo pensamos que podemos causar daño con nuestro comportamiento, pero creemos eso sólo porque no tenemos fe suficiente en la inteligencia y comprensión del otro. Imaginamos que quienes nos admiran o aman lo hacen solamente por nuestras buenas cualidades. Pero la mayoría de las veces la otra persona es completamente consciente de nuestras debilidades y está más preparada para nuestro mal comportamiento de lo que nosotros mismos estamos […].
Henry
Tomado de: Anaïs Nin y Henry Miller, Una pasión literaria. Correspondencia (1932-1953), Selección e introducción de Gunther Stuhlmann, traducción de Juan Antonio Molina Foix, Ediciones Siruela, Madrid, 2003.