"La indecisión y la ansiedad son al espíritu y al alma lo que la tortura al cuerpo", escribió Nicolas-Sebastien Roch, Chamfort, a fines del siglo XVIII. De él escribió Albert Camus: "Resulta un moralista tan profundo como Madame de Lafayette o Benjamin Constant y se sitúa, a pesar y a causa de sus apasionadas obcecaciones, entre los mayores creadores de un cierto arte en donde en ningún momento la verdad de la vida ha sido sacrificada a los artificios del lenguaje".
A…
Me preguntas, amigo mío, si no constituye una suerte de singularidad la que me inclina a considerar la literatura desde el punto de vista en que lo hago: si es cierto que puedo disfrutar de una fortuna algo más considerable que la de la mayor parte de las gentes de letras; y para finalizar, pretendéis que os confíe, bajo el secreto de la amistad, cuáles son los medios que he utilizado para arribar a ese término que suponéis bajo mi ambición. Son éstos, me parece, los diversos objetos de vuestra curiosidad tal como yo puedo resumirlos de vuestra extensa carta. Mis respuestas serán simples.
Mas empiezo por aseguraros que estoy casi ofendido al comprobar que me suponéis un plan de conducta a este respecto. El cariz de mi espíritu, mi carácter y las circunstancias lo han conseguido, sin cálculo alguno de mi parte. Siempre me extrañó la ridícula e insolente opinión extendida casi por doquier, de que un hombre de letras que dispone de cuatro o cinco mil libras de renta, se halla en el perigeo de la fortuna. Llegado más o menos a ese término, he comprendido que gozaba del suficiente desahogo para vivir en soledad; y mi gusto me llevaba naturalmente a ello. Mas como el azar ha gobernado que mi compañía sea buscada por multitud de personas de una fortuna mucho más considerable, ha sucedido que mi buena posición se haya convertido en un verdadero infortunio, por una serie de deberes que me imponía la frecuentación de un mundo al que no había buscado. Me hallé en la absoluta necesidad, o de hacer de la literatura un oficio que supliera lo que escaseaba por el lado de la fortuna, o de solicitar favores o de enriquecerme de golpe mediante un súbito apartamiento. Los dos primeros partidos no me convenían. Abracé resueltamente el último. Se han hecho muchas alharacas; se me encontró raro, extraordinario. Todo cuanto se ha dicho respecto a mí, quería significar: ¿No está suficientemente pagado de sus penas y tribulaciones por el honor de frecuentarnos, por el gusto de divertirnos, por el atractivo de ser tratado por nosotros como no lo ha sido ningún hombre de letras?
A lo cual contesto: tengo cuarenta años. Esos pequeños triunfos de la vanidad, de los cuales las gentes de letras tan enamorados están, a mí me resbalan. Ya que, con vuestras propias palabras, no tengo nada que pretender, comprended que me retire. Si la sociedad no me resulta para nada buena, preciso es que comience a ser bueno para mí mismo. Parece ridículo envejecer, en calidad de actor, en un elenco en que no se puede aspirar ni a medio papel. O vivo solo, ocupado de mi felicidad o, viviendo entre vosotros, gozaré de una parte de la buena posición que otorgáis a personas con las que no se os ocurría compararme. Me siento en falso ante vuestra forma de considerar a los hombres de mi clase. ¿Qué significa un hombre de letras según vos y, en verdad, según las normas establecidas en el mundo? No es sino un hombre al que se dice: vivirás pobre y pasablemente feliz al ver que tu nombre se cita con frecuencia; se te otorgará, no una real consideración, sino ciertos halagos a tu vanidad, con la que cuento, y en absoluto a la autoestima que cuadra a un hombre sensato. Escribirás, compondrás versos y prosa, a causa de los cuales recibirás ciertos elogios, muchas injurias y escasos escudos, aguardando poder atrapar alguna pensión de veinticinco o cincuenta luises, la cual habrás de disputar a tus rivales, chapoteando en el fango, como suele hacer el populacho en los repartos de monedas que les son arrojadas en las fiestas públicas.
He comprendido, amigo mío, que esta existencia no me convenía, y menospreciando a la vez la vanagloria de la grandeza y la infatuación literaria, he inmolado una y otra al honor de mi carácter y al interés de mi felicidad. Proclamo en alta voz: he realizado mil pruebas de desinterés, y no mendigaré más; poseo muy poco, pero tanto o más que cantidad de personas de mérito: de manera que nada pido. Es preciso que me dejéis a mi suerte; no parece justo que soporte, a la vez, el peso de la pobreza y el de los deberes que la fortuna conlleva; poseo una delicada salud y una vista fatigada; hasta la fecha no he ganado en el mundo más que fango, catarros, fluxiones e indigestiones, sin hablar del riesgo de ser atropellado veinte veces cada invierno. Es hora de que esto acabe, y como no parece probable, me marcho.
Es cuanto tengo que decir amigo mío; y si os extrañáis de que ello haya podido causar tamaño efecto, tengo que recordaros que un primer alejamiento por seis meses, en los que hallé la felicidad, inequívocamente demostró que no actuaba por humor o amor propios. Resta explicaros por qué se lamentaba verme tomar el camino de retiro. Es algo, amigo mío, que no puedo exponeros, al menos con el mismo detalle. Pero os puedo asegurar, sin que podáis creerme vanidoso, os puedo decir que mis amigos saben que sirvo para muchas cosas fuera de la esfera literaria. Varios de entre ellos se han unido para ayudarme: unos no han escuchado más que sus sentimientos, otros han hecho entrar en éstos algún cálculo y cierto interés; y habiéndose mostrado favorables las circunstancias, se ha producido la pequeña revolución que tan feliz juzgáis.
Tomado de: Chamfort, Máximas, pensamientos, caracteres y anécdotas. Epílogo de Albert Camus. Selección, traducción, prólogo y notas de
Antonio Martínez Sarrión, Aguilar, 1989.