El poeta galés Dylan Thomas comenzó a cartearse en 1933 con Pamela Hansford Johnson, una escritora contemporánea. Ambos eran jóvenes, talentosos, y compartieron una relación epistolar esencialmente literaria durante un año. Thomas viajó a Londres en 1934 y pasó poco más de un mes en casa de la madre de Pamela. Esa corta convivencia derrumbó toda ilusión de llevar una vida juntos. "La tensión de esa proximidad en circunstancias platónicas empezó a surtir efecto sobre los dos jóvenes […]. Empezaba a aparecer el esquema del enfant terrible y el del muchacho cargado de cerveza", anota Fitzgibbons el editor de las Cartas.
A Pamela Hansford Johnson
(Noviembre 1933)
5 Cwmdonkin Drive,
Uplands Swansea
Me he tomado un tiempo terriblemente largo para contestar, lo sé, pero durante la semana pasada he estado tan total y suicidamente morboso que mi carta hubiera parecido un resumen de La Gaceta del Sepulturero.
Espero que en la larga semana que ha pasado no te hayas olvidado de mi existencia. Y por favor, no te demores en contestar porque yo tardé. Espero tu carta pronto.
[…]
Buena acción
Te autorizo plenamente a usar esta nueva forma de carta. La encontrarás útil. Basta con que escribas notas sueltas en diferentes momentos, sobre cualquier tema y en cualquier estado. Y luego las juntas bajo título sucinto.
Defensa de la poesía
Lo que llamas feo en mi poesía no es en realidad más que la fuerte acentuación de lo físico. Viniendo como vienen casi todas mis imágenes de mi sólido y fluido mundo de carne y sangre están puestas en términos de sus progenitores. Para contrastar una belleza superficial con una fealdad superficial no contrasto un árbol con un poste o un pájaro con una comadreja, sino más bien las piernas humanas con las tripas humanas. En lo profundo todas estas cosas contrastantes son, por supuesto, igualmente hermosas e igualmente feas. Sólo por asociación es más aborrecible el rechazo del cuerpo que el cuerpo mismo. Se nos han dado normas. Lo que pocas veces se piensa es que sólo la causalidad dictó esas normas. Es de buena educación que a uno leo vean en la mesa; de mala, que lo vean en el cuarto de baño. Bien podría haberse decidido, cuando apareció el tumor de la civilización que las celebraciones debían llevare a cabo en el W.C. y que la mera mención de "comer y beber" fuera la cima de lo incorrecto. Adán y Eva, los primeros hacedores de leyes del universo, decidieron que ciertas partes del cuerpo debían esconderse y otras dejarse descubiertas. Otra vez fue la casualidad la que los decidió a esconder sus órganos genitales y no, digamos, sus axilas o sus gargantas.
Mientras la vida se base en convenciones tan casuales no deberá asombrarnos que cualquier poesía que trate imparcialmente de las partes anatómicas y de las funciones del cuerpo sea considerada algo bastante detestable, innecesario y por decir lo peor, indecente. Pero yo no alcanzo a entender cómo el énfasis del cuerpo puede ser considerado, de algún modo, detestable. El cuerpo, su apariencia, su muerte, su enfermedad, son un hecho, un hecho tan cierto como un árbol. La mayor descripción que conozco de nuestra "terrenidad" se encuentra en Devociones de John Donne, donde describe al hombre como tierra de la tierra, su cuerpo tierra, su pelo un matorral salvaje saliendo de la tierra. Todos los pensamientos y los actos emanan del cuerpo. […]
Desde mi pequeña isla construida desde los huesos he aprendido todo lo que sé, experimentado todo y sentido todo. Todo lo que escribo es inseparable de esta isla. Utilizo todo lo posible, por lo tanto, el escenario de la isla para describir el escenario de mis pensamientos; los terremotos del cuerpo, para describir los terremotos del corazón.
¡Adelante, Brigada del Verso!
[…]
Cada poeta genuino tiene sus propias normas, sus propios códigos de apreciación, su propia aura. Al leer por primera vez a un poeta no nos relacionamos con él y por lo tanto, juzgando con normas preconcebidas —por más elásticas que sean— no podemos apreciarlo plenamente. Se debería ir con cerebro en blanco y corazón lleno hacia cada poema que nos parece tener algún valor aunque sea pequeño.
Un trozo de sentimiento
¿Cuánto tiempo hace que te conozco? Me parece haber estado escribiendo desde siempre estas disparatadas cartas mías y haber estado siempre recibiendo tus cartas . Pero no puede hacer más de unos pocos meses. Sin embargo te conozco tan bien como nunca conocí a nadie en la vida. […] He descubierto una poetisa, y más aún, una a quien le gustan mis poemas. He encontrado una muy buena amiga. No, me niego a ponerme lloroso pero estoy contento de haberte encontrado o más bien de que me hayas encontrado. Les escribo a varias personas, pero a ninguna con la libertad con que te escribo. No te ofendes cuando me pongo grosero, cosa que hago a menudo, o cuando digo cosas desagradables de los poemas tuyos que no me gustan; no te importa que ataque todos los molinos de viento del mundo con una pluma oxidada; y aunque dices que encuentras muchas cosas raras para reírte en mis cartas, no ríes, lo sé, de lo que sincera, muy sinceramente, expreso. Te gustan mis cartas. Yo espero nuestro encuentro, y que cuando se produzca no te desilusione; en este momento ya conoces mis faltas y defectos tanto como yo mismo.
Ésta es la primera vez, creo, que he escrito así, y será la última. Sólo quería decirte cómo te quiero a ti y a tus cartas. Basta. Basta. Dejemos ahora que la correspondencia continúe, como antaño, y que el cartero siga dejando en tu casa y la mía los brillantes productos de las musas de Battersea y Swansea, y la deslumbrante correspondencia de dos diferentes pero bien afinadas imaginaciones.
Dylan
Tomado de: Dylan Thomas, Cartas, selección de Constantine Fitzgibbons, traducción de Pirí Lugones, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1971.