Salustio García Juárez
La IED captada por el país se dirige mayoritaria y preferentemente a las entidades federativas de mayor nivel económico relativo, influyendo decisivamente en el crecimiento de las mismas, condenando al mismo tiempo a las ubicadas en el extremo opuesto a permanecer en esa deplorable situación de atraso.
De acuerdo a cifras de la Secretaría de Economía, la Inversión Extranjera Directa (IED) acumulada en el periodo 1999 – 2012, ascendió a 308 mil 177.7 miles de millones de dólares, cifra que a primera vista resulta verdaderamente impresionante para la economía mexicana, esto es, el país en su conjunto. Sin embargo, lo que ahora interesa es la distribución por entidades federativas para conocer hacia donde se dirigen dichos montos de inversión, qué estados son los más favorecidos y cuáles resultan ser los menos beneficiados.
Un primer acercamiento a las cifras muestra, de manera incontrovertible, la enorme concentración en un reducido número de entidades federativas, ya que las cinco primeras suman en su conjunto el 80.3 por ciento. Peor aún, dentro de éstas destaca el Distrito Federal, indudablemente el más beneficiado en dicho periodo, al recibir ¡el 54 por ciento del total! Una sola de las 32 entidades que componen el país concentra más de la mitad del total nacional, dejando la diferencia al resto de los estados de la República.
Coincidentemente esos elevados montos de IED fluyeron a entidades federativas con elevado nivel de desarrollo, ayudando al círculo virtuoso del crecimiento económico. Las zonas más desarrolladas del país son las que tienen la infraestructura y las condiciones más convenientes para hacer negocios, situación aprovechada por los inversionistas extranjeros.
Simplemente como referencia, ya que estadísticamente no tiene valor alguno, el promedio aritmético de recepción de IED por entidad federativa es de 9 mil 650.6 millones de dólares, monto que únicamente rebasan los cinco primeros lugares a los que se agrega Jalisco, lo que demuestra palmariamente su enorme concentración en un puñado de entidades federativas y la exagerada dispersión en el resto.
Lo que confirma ese hecho se presenta en el extremo opuesto. Los cinco últimos Estados que reciben las menores cifras de IED son, una vez más coincidentemente, los de menor nivel de desarrollo, economías prácticamente postradas de tiempo atrás y cuyo futuro a la luz de este indicador no es nada halagüeño. Son éstas las que necesitan prioritaria y urgentemente nuevas inversiones que sean el catalizador del crecimiento económico, pero una cosa es la necesidad de estos estados y otra —muy diferente— las de los inversionistas. Son entidades en las que la infraestructura y las condiciones para hacer negocios dejan mucho que desear, dando lugar a flujos de inversión definitivamente insignificantes. Su participación individual dentro del total de la IED no alcanza a representar una décima porcentual y en su conjunto representan a duras penas el 0.28 por ciento del total. ¡Vaya ayuda!
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