Reformar es implementar

Carlos Bravo Regidor

Las dificultades que para la reforma educativa representa no sólo la oposición de la CNTE, sino el debilitamiento de liderazgos locales del SNTE en varios estados de la República (e.g. Aguascalientes, Campeche, Chihuahua, Nuevo León, Quintana Roo, Veracruz, Yucatán), no parecen haber hecho mella en el ímpetu reformista del gobierno de Enrique Peña Nieto.

Al contrario, favorecido por la mala imagen pública que —justa o injustamente— tiene el gremio magisterial, el Presidente desdeñó las protestas como obra de “grupos minoritarios” y celebró que la reforma ya fue aprobada. Más aún, aprovechó para mandar el siguiente recado: “con respecto a las reformas […] es natural que se den resistencias, que las minorías sean escuchadas, que se han abierto mesas de diálogo y de atención. Y agotaremos la vía del diálogo, precisamente, para evitar la toma de otras acciones que están en las atribuciones del Estado mexicano”.

Segunda llamada, segunda.

Hay un problema en que el deteriorado prestigio social de los maestros se haya convertido en la punta de lanza de la reforma educativa. En que la evaluación se haya pensado más como un mecanismo punitivo que como un

instrumento que contribuya a la profesionalización docente. En que mientras la dirigencia del SNTE ha sido silenciada y sometida, la disidencia magisterial ha adoptado una estrategia conservadora de rechazo a la reforma en lugar de una estrategia progresista que contrarreste su mala imagen pública y proponga una reforma alternativa. Hay un problema, pues, en el hecho de que la batalla por la reforma educativa se esté configurando como una batalla en la que el gobierno parece concebir a los maestros como un obstáculo a vencer y los maestros al gobierno como una fuerza a la que hay que plegarse (el SNTE) o contra la que hay que resistirse (la CNTE).

Porque las modificaciones constitucionales y legislativas son apenas el principio. Reformar no es sólo cambiar lo que digan las normas; es, sobre todo, implementar esos cambios: convertir las nuevas normas en planes de acción, los planes de acción en acciones, las acciones en resultados. Lo que sigue, en suma, es un largo y escarpado proceso, lleno de imprevistos y complicaciones.

En ese proceso los maestros no deberían concebir al gobierno como una fuerza a la que hay que plegarse o contra la que hay que resistir sino como su principal aliado para liberar la carrera docente del control de las cúpulas sindicales. Y el gobierno no debería concebir a los maestros como un obstáculo a vencer sino como el principal agente para la transformación del sistema educativo. Pues si no es con ellos, ¿con quién?

No es lo mismo ganar una coyuntura que lograr un cambio estructural.

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