El INE y la visión “chilangocéntrica”

Carlos Bravo Regidor

Ya en otras ocasiones me he referido a la visión “chilangocéntrica” que suele imperar en nuestra conversación pública: una visión que no se ocupa del ámbito local más que en términos de sus implicaciones para la política “nacional” y que, a fuerza de no ocuparse, termina por no saber dar cuenta de lo que ocurre en él o, peor aún, por representarlo como un ámbito reducido a oscilar entre la anarquía y el despotismo.

Vuelvo al tema porque identifico mucho de esa visión en la propuesta de reforma, ampliamente comentada durante las últimas semanas, que tiene como objetivo desaparecer tanto al Instituto Federal Electoral (IFE) y a los institutos electorales de los estados para crear un gran Instituto Nacional Electoral (INE) que se encargue de organizar todas, todas, las elecciones.

El diagnóstico es que el poder de los gobernadores sobre los comicios locales está fuera de control, que los institutos no tienen capacidad para garantizar la integridad de los procesos electorales o se encuentran, incluso, capturados por los mismos gobernadores.

Y la presunta solución consiste en prescindir por completo de las propias entidades federativas sustrayendo la materia electoral de su ámbito de competencia para concentrarla, en cambio, en un único órgano que desde el centro meta en cintura a los gobernadores y ponga orden, de Tijuana hasta Chetumal, en los procesos electorales locales.

El diagnóstico es típicamente “chilangocéntrico” tanto en la generalización como en la abstracción. Por un lado, asume que la “provincia” es homogénea, no se detiene a observar especificidades ni a hacer distinciones. Por el otro, tampoco considera necesario recurrir a algún tipo de evidencia, no ofrece datos duros ni remite a casos concretos. Imagina, pues, que fuera del D.F. no hay más que “Cuautitlanes” con gobernadores “feudales”, instituciones sometidas y sociedades postradas . Hace como si la diversidad política regional no existiera ni hubiera información al respecto.

La solución es igualmente “chilangocéntrica” tanto al dar por descontada la posibilidad de encontrar alternativas locales como al suponer que la mejor opción es centralizar. Es decir, no se detiene a considerar el fortalecimiento del sistema de pesos y contrapesos a nivel estatal, ni tampoco repara en lo endeble que resulta la expectativa de querer controlar a los gobernadores desde la lejanía y el desconocimiento que imperan en la capital. No concibe que puedan existir soluciones locales ni que la viabilidad de una intervención “desde arriba” sea cuestionable. Hace como si la “provincia” no tuviera remedio y el centro fuera infalible.

La propuesta del INE no parte de un diagnóstico sino de un prejuicio. Y no es una solución sino un desplante…

Es difícil imaginar algo más “chilangocéntrico” que querer limitar a los “virreyes” de los estados instituyendo una nueva autoridad electoral con toda la fisonomía de una metrópoli.

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