Sulaimán y Durazo

Angélica Ortiz Dorantes

“Yo quiero darle en la… a ese tipo”. Con esas palabras una mujer que, junto con otras personas, se encontraba bebiendo y consumiendo cocaína en las oficinas de la entonces Dirección de Policía y Tránsito del Distrito Federal, se dirigió a Arturo Durazo Moreno, titular de esa dirección. Ése a quien se refería la mujer era: José Sulaimán, Presidente del Consejo Mundial de Boxeo, quien en ese momento estaba siendo enfocado por una cámara de televisión en la pelea de Lupe Pintor.

Durazo le quiso dar gusto a la mujer. Junto con Francisco Sahagún Vaca, Titular de la Dirección para la Prevención de la Delincuencia, “armó” un expediente en el que acusó a Sulaimán de: “haberse apoderado ilegalmente de un monumento arqueológico” (artículo 50 de la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas). Sulaimán era un admirador de la cultura prehispánica y, por ello, había dedicado una pared de su oficina a conservar réplicas de diferentes dioses de esa época.

Se detuvo a Sulaimán a la manera en que lo hacían Durazo y Sahagún; es decir, con toda violencia y sin respetar garantía alguna. Los allegados del Presidente del Consejo Mundial de Boxeo —incluidos varios boxeadores que lo querían mucho— contrataron los servicios del defensor Jesús Zamora Pierce. Sulaimán tenía derecho a libertad bajo fianza. Era viernes y el juez se estuvo haciendo tonto para no resolver la petición. Finalmente, a las ocho de la noche, resolvió la solicitud: era demasiado tarde pues las agencias de fianzas del Reclusorio habían ya cerrado. Parecía evidente que el juez le hacía el favor a Durazo pues con su decisión lograba que Sulaimán pasara el fin de semana en la cárcel (el famoso sabadazo). Al salir del reclusorio el defensor explicó lo que pasaba a los boxeadores y, en ese momento, todos empezaron a sacar el dinero que traían —incluidas monedas de a peso—. Se juntó la fianza de 250 mil. Zamora regresó al juzgado y puso la fianza en el escritorio del juez. Sulaimán obtuvo inmediatamente su libertad. Posteriormente, se logró una sentencia absolutoria.

Hace muchos años mi maestro Zamora me contó del caso Sulaimán. Me dijo que una de las cosas que más le impresionaron fue el cariño y la solidaridad de los boxeadores. Parecía que habían metido a un tío muy querido a la cárcel. Todos querían apoyar y lo hicieron. En una anécdota chusca, me dijo que mientras esperaban a que el juez fijara la fianza, conversaba con los boxeadores y le preguntaron: ¿Cuánto pesa usted, doctor? Zamora respondió lo que pesaba. Ah, es usted peso pluma, échese un tirito con este “compadre” —que era más bajito y más delgado que el litigante—. No, no, señores muchas gracias yo solamente sé pelear en tribunales. En medio de grandes carcajadas los boxeadores le informaron que ese “compadre” era el campeón mundial de los pluma.

Después de la falsa acusación, Durazo y Sulaimán tuvieron vidas muy distintas. El autollamado “general” —no tenía carrera militar pero su amigo y protector, el Presidente José López Portillo, le permitió ostentar el título para vergüenza de las fuerzas armadas mexicanas—, se vio envuelto en escándalos de corrupción y violación de derechos humanos.

Los abusos de poder y la violación de derechos fueron el sello que distinguió al titular de la Dirección de Policía y Tránsito del Distrito Federal. Al término del mandato de López Portillo, el ejecutivo federal fue encabezado por Miguel de la Madrid Hurtado, quien nombró como su procurador General de la República a don Sergio García Ramírez. En ese tiempo, se inició una investigación contra Durazo por contrabando, acopio de armas y abuso de autoridad. Se le detuvo en Puerto Rico a petición de las autoridades mexicanas. La notable penalista Olga Islas de González Mariscal —quien era funcionaria de la Procuraduría General de la República— logró su extradición a México y fue juzgado y condenado por tribunales de nuestro país. Estuvo en prisión ocho años.

Por su parte, Sulaimán dirigió hasta su muerte el Consejo Mundial de Boxeo. Muchos reconocen las mejoras que realizó al deporte cuyas primeras reglas diseñó el Marqués de Queensberry (acusador de Oscar Wilde y quien logró enviar al escritor a una prisión de la que únicamente saldría para morir). De acuerdo con la agencia EFE, Sulaimán impulsó la reducción de quince a doce asaltos para la duración de las peleas, aumentó el número de categorías por peso de los boxeadores, decretó el uso de una cuarta cuerda en los cuadriláteros para evitar daños por caídas, y modificó los guantes para reducir las lesiones. Buen camino don José.

angelicaortiz@vomabogadospenalistas.com

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