Raymundo
PRIMER TIEMPO: Nunca es tarde… ¡para un escándalo! Qué habrá pasado por la cabeza y el corazón de Esteban Moctezuma estos días, es un misterio, pero que este viernes sacó un cañón con misil intercontinental, quién lo dudará. Moctezuma, quien hoy preside la Fundación Azteca, trabajaba en enero de 1995 como el primer secretario de Gobernación de la novel administración de Ernesto Zedillo. Era una de las estrellas que más brillaban en una nueva generación de políticos. Había sido secretario particular de Francisco Labastida, cuando fue secretario de Energía en el gobierno de Miguel de la Madrid, y lo acompañó a Sinaloa como secretario de Gobierno cuando fue electo gobernador. Moctezuma había conocido a Zedillo como secretario de Educación en el gobierno de Carlos Salinas, y comenzó a trabajar con él cuando Luis Donaldo Colosio lo hizo coordinador de su campaña presidencial. Zedillo era invisible para esa campaña, pero cuando asesinaron a Colosio, lo sustituyó. Moctezuma se convirtió en su jefe de campaña y de manera casi natural alcanzó la Secretaría de Gobernación. Los dos parecían uno solo, pero este viernes, en El Universal, Moctezuma sacó su alma y una voz de amargura justiciera para narrar los dos momentos que lo llevaron a renunciar al cargo por una traición política del Presidente. Moctezuma reveló el desayuno en la casa del ex presidente Salinas el 28 de febrero de 1995, donde le pidió una explicación al gobierno del porqué había policías judiciales frente a la casa de su hermano. Moctezuma se ofreció a obtener respuestas, pero camino a su oficina, se enteró por la radio que Raúl Salinas había sido capturado. “Casi me infarto”, escribió. “¿Por qué no me dijo nada? ¿Por qué me envía a un desayuno sabiendo lo que sucedería minutos después?”. Ni Zedillo ni el procurador, el panista Antonio Lozano Gracia, le habían informado qué cocinaban. “Ninguna carrera política podía justificarme permanecer en esa situación”, dijo Moctezuma, que iniciaba en ese momento su recorrido lento hacia la conclusión de su vida pública.
SEGUNDO TIEMPO: Los odios no eran pretexto momentáneo. La historia política del último gobierno priista del siglo pasado, cuenta que el presidente Ernesto Zedillo, para desviar la opinión de la crisis financiera desatada a las tres semanas de asumir el poder en diciembre de 1994, construyó un “villano favorito” en la figura de su antecesor Carlos Salinas. Detuvo a su hermano Raúl acusado del asesinato de su cuñado, José Francisco Ruiz Massieu, y después le sumó cargos por corrupción. La ruptura se volvió odio en poco tiempo. Zedillo le tenía un rencor particular a Carlos y Raúl Salinas, y su padre. No era reciente, sino que venía de antes que Carlos llegara a la Presidencia. En el periodo de la transición del poder, por ejemplo, Zedillo ya enfilado a la Secretaría de Programación y Presupuesto, habló con el director de uno de los bancos de desarrollo, quien le comentó que Salinas padre y Raúl, le habían recomendado a una persona para un crédito. Zedillo le dijo que no les hiciera caso, que todo con ellos era corrupción, y que si tenía algún problema él lo respaldaría. Zedillo no tuvo prurito para aceptar el cargo que le ofreció Salinas, ni tampoco cuando en 1992 lo envió a la Secretaría de Educación. Salinas no le tenía respeto en materia económica, y Zedillo no le tenía respeto en absoluto. Fue candidato presidencial por default, a regañadientes de Salinas que se inclinaba por el director de Pemex, Francisco Rojas, sin saber también que Colosio había terminado con una mala impresión de su trabajo. Pero lo que menos se imaginaba era que Zedillo tardaría muy poco en ajustar cuentas con los Salinas, endilgándoles la etiqueta de corruptos, con el apoyo judicial del entonces procurador panista Antonio Lozano Gracia, y videntes, testigos comprados y un batidero en la procuración de justicia.
TERCER TIEMPO: El día que rompió un principio de paz en Chiapas. Si el presidente Carlos Salinas trabajó con Manuel Camacho al nombrarlo comisionado para la Paz en Chiapas un alto al fuego y administrar las negociaciones con el EZLN para crear condiciones para las elecciones presidenciales de 1994, el benefactor de ello, Ernesto Zedillo, utilizó a su secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma, para lograr realmente la paz. El 5 de enero, narró Moctezuma en El Universal, salió hacia la Selva Lacandona para entrevistarse con el Subcomandante Marcos, y evitar una salida militar, como quería una parte del equipo de Zedillo. Hablaron tres horas sobre un acuerdo de retiro parcial del Ejército y que un grupo de ciudadanos intervinieran en la negociación. En una respuesta positiva, Marcos escribió al día siguiente: “Me amenaza el desempleo”. Las cosas iban por muy buen camino. Pero “inexplicablemente el presidente Zedillo tomó una serie de decisiones que rompían totalmente con lo acordado con Marcos, al grado de enviar al Ejército a capturarlo con orden de aprehensión en mano”. Una nueva respuesta negativa, llegó de Marcos: “Nos vemos en el infierno”. El diálogo se había roto el 9 de febrero. Ni Zedillo ni el procurador panista Antonio Lozano Gracia le habían informado lo que venía, ni que el Ejército iría a su caza. Moctezuma lucía torpe, débil y desinformado. Hoy dice que en ese momento presentó su primera renuncia al cargo, que no le aceptó Zedillo, quien en un zigzagueo le pidió que retomara el diálogo y replegó al Ejército. Una vez más fue un ardid. Zedillo nunca avanzó en la negociación con el EZLN y en lugar de resolver el problema, lo administró. Abandonó Chiapas y sumió a las comunidades indígenas a mayor marginación. Días después terminó de quemar políticamente a su secretario de Gobernación. Veinte años después, Moctezuma respondió. Tarde, pero finalmente llegó a la cita con la historia, para escribir un capítulo más de las traiciones de Zedillo.
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