Angélica Ortiz Dorantes
Era un muchacho bien parecido: alto, cuerpo fuerte, facciones regulares, mirada inteligente, deductiva; esa noche, se organizó una fiesta en la universidad y decidió asistir. Se puso sus mejores galas. Bajó de su recámara y le pidió a su tía que le prestara el auto. La tía no estaba muy segura de acceder a la petición; finalmente, accedió (no la culpo, lo sé muy bien: los sobrinos son la gran debilidad de las tías). El vehículo era nuevo, nuevecito. Al salir de la fiesta, sin que supiera cómo, se estrelló. Tuvo tanto miedo a la reacción de su tío que, en lugar de ir a casa, se refugió con un amigo. Todos los días hablaba con su tía quien tomaba la temperatura al enojo del marido. Al cabo de un par de semanas, una tarde le dijo: puedes volver a Celestino ya se le bajó el coraje. Quién diría que ese muchacho apuesto y tímido se convertiría en el Sherlock Holmes mexicano. Hoy hablaremos de don Rafael Moreno González, el gran criminalista de México.
Moreno González se graduó de médico cirujano en la Universidad Nacional Autónoma de México en 1959. Pero en él trabajaban ya una serie de influencias que lo iban a convertir en lo que es: un criminalista.
La primera influencia la recibió de su tío don Celestino Porte Petit, gran penalista y maestro de generaciones. Moreno vivió en la casa del penalista durante nueve años, mientras estudiaba la carrera, y eso le permitió escuchar las conversaciones de los grandes de la época, y fue marcando la ruta de su vida. La segunda fue su maestro, el doctor Alfonso Quiroz Cuarón (tío abuelo del galardonado director de cine), precursor de la criminalística en México. Y la tercera y última, quizá la definitiva, vino de un personaje de ficción, Sherlock Holmes. Sus métodos de investigación y su capacidad deductiva fascinaron al joven Moreno González y lo determinaron a estudiar, primero, y a enseñar, después, las ciencias forenses. Desde 1962 hasta la fecha ha formado generaciones en la criminología.
En su libro Sherlock Holmes y la investigación criminalística (INACIPE, México, 2008), el doctor Moreno asevera que: “sería del todo inexacto atribuir a sir Arthur Conan Doyle la paternidad de los métodos utilizados por la policía científica, ya que desde el siglo VII de nuestra era, Ti Yen Chieh, magistrado de la corte de la Dinastía Tang, se sirvió de la lógica impecable de las pruebas forenses para el esclarecimiento de numerosos crímenes”, y asevera que la aplicación sistematizada de la policía científica se dio hasta el siglo XIX gracias a Hans Gross y su célebre Manual del Juez (1894).
A Arthur Conan Doyle le reconoce no sólo sus méritos narrativos sino que la estructura de sus relatos se ajusta perfectamente a la metodología científica. Asevera Moreno que uno de los axiomas fundamentales de la criminalística establece que una persona presente en la escena del delito, intercambia elementos con su entorno de muy diversas maneras. Pueden encontrarse indicios en el lugar del crimen que le vinculan con un posible sospechoso y, a la inversa, pueden encontrarse indicios en el sospechoso que le relacionan con el sitio donde se cometió el crimen. Pelos, fibras, películas de tierra o de polvo, fragmentos de plantas, rastros de pintura, residuos de sangre o saliva, y muchos otros indicios microscópicos que pueden delatar al criminal más precavido y demostrar su implicación en el crimen por muy meticulosamente que lo haya planeado.
Como Director General de Servicios Periciales de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, primero, y Director General de Servicios Periciales de la Procuraduría General de la República, después, capacitó a su personal en las más modernas técnicas de la investigación criminalística, tales como: la cromatografía, la microfotografía y el análisis de DNA. Él inició la investigación científica del delito en México.
Moreno González fue fundador y presidente de la Academia Mexicana de Criminalística y también presidió la Academia Mexicana de Ciencias Penales. Ha intervenido en los casos más relevantes en el mundo del delito en México en la segunda mitad del siglo veinte. Por ejemplo, los suicidios del poeta Jaime Torres Bodet y del arquitecto Juan O´gorman; así como de la activista social Digna Ochoa y los asesinatos de los Flores Izquierdo —el político que, junto a su esposa, fue muerto a machetazos por su propio nieto—, Manuel Buendía y Luis Donaldo Colosio.
En su más reciente obra Una luz en el túnel (Porrúa, 2013) nos cuenta acerca de los personajes que fueron formando la investigación científica del delito. No se la pierdan.
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