Línea 12: empieza la fiesta

Raymundo

PRIMER TIEMPO: No se pase de la raya señor Joel. Como golpear a una piñata sin los ojos vendados, el director del Metro de la ciudad de México, Joel Ortega, encontró en las fallas de la Línea 12, la oportunidad para golpear al ex jefe de gobierno Marcelo Ebrard. Los dos fueron tan amigos que se iban de farra —sin uso ni abuso del erario— a algunos centros nocturnos de lujo. Eran los viejos tiempos cuando Ebrard estaba en el ostracismo político y Ortega formaba parte del grupo de poder en la capital. Ebrard, habilidoso y sofisticado, se convirtió en jefe de gobierno, y ratificó a Ortega, que venía del lópezobradorismo, como secretario de Seguridad Pública. Pero a que a un tercio de su gestión, se le atravesó el antro News Divine en junio de 2008, donde una operación policial provocó una estampida que mató a 12 personas, incluidos tres policías. La tragedia provocó el enfrentamiento entre Ortega y el procurador Rodolfo Félix, que terminó con la renuncia de ambos del gabinete de Ebrard, un mes después del suceso. Ortega siempre se quejó que Ebrard no lo apoyó y lo dejó solo ante la jauría mediática que lo aniquiló. Ortega se fue a la congeladora política, rescatado en la campaña por el gobierno del Distrito Federal de 2012 por Miguel Ángel Mancera, que lo hizo coordinador de su campaña. Fue casi de papel, pues las cosas importantes no pasaban por él. No fue extraño que Mancera lo dejara fuera de su equipo de transición. Ortega aspiraba a ser secretario de Gobierno, pero el cargo fue para Héctor Serrano, heredado por Ebrard. Ni loco Mancera lo regresaría al gabinete de seguridad ni tampoco, porque no confiaba en él, a un puesto clave dentro de su administración. El Metro, decidió Mancera. Ortega no quería, pero no tenía opción si aspiraba una segunda oportunidad en la política. Polémico y con tensiones frecuentes con Mancera y su equipo, sus manejos políticos con el Metro le dieron el aire que esperaba.

SEGUNDO TIEMPO: El método de saltarse las trancas. Como nuevo director del Metro, Joel Ortega no fue bien visto por los grupos de poder dentro del Sistema de Trasporte Público. Entró en conflicto con el líder del sindicato, que era un viejo amigo, Fernando Espino. Tendría que entregar los privilegios conquistados en administraciones anteriores, y cederle espacios en áreas de servicios bajo el control del sindicato para, lo acusaron los jefes sindicales, pagar favores a conocidos suyos. Sus reuniones fueron ríspidas y Ortega utilizó a sus amigos en la prensa para pintar a Espino como un dirigente corrupto. El líder sindical le respondió comprobando que era un inepto en el cargo. Aquél incendio se sofocó, pero Ortega regresó a la carga, saltándose a su jefe, Miguel Ángel Mancera, al anunciar unilateralmente que la tarifa del Metro subiría de tres a cinco pesos. Mancera, sorprendido, declaró que lo más probable sería que se incrementara en un peso. No habìa nada seguro, dijo, pero a Ortega no le importó su palabra y organizó una encuesta para validar entre los capitalinos. Les preguntaban que si a cambio del nuevo precio mejoraba el servicio, se eliminaban las demoras y se quitaba a los vagoneros —los vendedores en el Metro—, ¿qué opinaban? La mayoría dijo que sí. La tarifa subió a finales del año 40% y Ortega no cumplió lo prometido. Qué importa si se maneja en los terrenos de impunidad dentro del gobierno capitalino, sin rendir cuentas. En esa línea estalló el escándalo de la Línea 12, donde responsabilizó indirectamente a la administración de Marcelo Ebrard, de haber dejado una obra mal hecha y sobre todo, insegura. Ortega ha ido escalando la crítica contra Ebrard y su equipo, en los 15 minutos de fama que se le habían negado tras la tragedia del News Divine hace ya casi cinco años. Pero la fama siempre es efímera y su ataque político, arropado en una acción que procura la seguridad de los pasajeros del Metro, ya encontró los anticuerpos, que preparan su respuesta.

TERCER TIEMPO: Marcelo no está solo. La denuncia pública sobre el pésimo estado de la Línea 12 del Metro, la obra más importante del gobierno de Marcelo Ebrard, provocó reacciones rápidas en contra del director del Metro, vocero de la queja que está convirtiendo en cruzada personal, Joel Ortega. Los primeros en sacar la cara fueron los vagoneros, los ambulantes en el Metro, amenazados por él, y que responden a los intereses de una de las tribus del PRD, encabezada por René Bejarano y su esposa, la senadora Dolores Padierna. Los dos son opositores públicos del jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera, a quien le hacen la vida pesada tantas veces pueden, y Ortega les dio un nuevo pretexto para presionarlo. También salió a defenderse antes de que lo lincharan, Ebrard, que está repartiendo documentos a la prensa para probar que la Línea 12 fue auditada, aprobada por instituciones independientes al gobierno y declarada lista para iniciar sus operaciones. Ebrard no ha tocado aún a Mancera, pero tiene en la mira de sus baterías a Ortega. Uno de los documentos que ya difundió la prensa es una minuta de julio de 2013, firmado por Ortega y el director del Proyecto Metro, encargado de esa obra, Enrique Horcasitas, donde establecen que pese a los trabajos faltantes o mal ejecutados, el servicio para los pasajeros era “regular y seguro”. La racional es sencilla: si en julio estaba bien, porqué ocho meses después ya no. Porque, como señala otro documento, las fallas responden a un mal mantenimiento. ¿Y por qué el mal mantenimiento? Ahora alega el sindicato del Metro: porque Ortega no lo hizo. Ya decía su líder Fernando Espino que Ortega no sabía nada de la operación y administración del Metro. Ya se lo embarró Ebrard en la cara. El momento de Ortega está en agonía. Ahora, a prepararse para la contraofensiva.

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