La bronca del diablo

Julio Trujillo

El Papa Francisco me cae bien. Desde que en su primer día de pontificado se negó a ponerse la muceta roja, la cruz de oro y las pantuflas aterciopeladas que le tenían listas para salir al balcón de la logia central de la Basílica de San Pedro, y en lugar de eso apareció con sus viejos zapatos negros y abrazó uno a uno a los cardenales, de pie, sin sentarse en el trono que le tenían asignado, me cayó bien.

Su estilo personal ha demostrado que el representante de Dios en la Tierra puede ser un hombre sencillo, una persona entre las personas y no un santón inalcanzable apachurrado bajo el peso de tanto oro. Me encanta la llamada telefónica que hizo al quiosquero de Buenos Aires para pedirle que ya no le guardara el periódico, pues se había mudado a Roma. Pero, más allá de las anécdotas, el Papa Francisco ha conseguido darle un giro más humano, más sencillo y más tolerante a las políticas de su Iglesia.

Cuando le confesó a un amigo que estaba preocupado por la mexicanización de la Argentina, comprendí enteramente lo que quería decir y coincidí con él: cualquiera estaría preocupado por eso. Que la violencia de nuestro país ya forme parte de la jerga del presente es un hecho innegable. Casi todos lo entendieron así.

Pero sigo con la boca abierta, los ojos como platos y los pelos erizados después de leer lo que este buen hombre dijo hace algunos días sobre México, profundizando en el tema de la violencia. Se perderá entre las muchas cosas que ha dicho, así, con su característico desenfado. Espero.

Porque si nos detenemos un segundo a analizar sus palabras, nos veremos devueltos instantáneamente a la era de la superstición y las Cruzadas. Dijo, verbatim: “Yo pienso que a México el diablo lo castiga con mucha bronca. Por esto. Creo que el diablo no le perdona a México que Ella haya mostrado ahí a su Hijo. Interpretación mía”. Y desarrolló: “O sea, México es privilegiado en el martirio por haber reconocido, defendido, a su Madre”. ¡Mi madre! Para empezar, creo que sólo entiendo lo de “interpretación mía”. Pero intentemos interpretar su interpretación. ¿O sea que el diablo nos castiga porque aquí se manifestó la Virgen? ¿Es eso? ¿Por eso la desigualdad, la violencia, el narcotráfico, la corrupción, la miseria y los anuncios del Partido Verde? ¿Para qué preocuparnos por recomponer el tejido social si estamos atrapados en esta especie de destino manifiesto? ¿Qué lectura deben darle los católicos a esas palabras? Porque yo puedo descartarlas con un ademán agnóstico, pero la mayoría de los mexicanos tiene que lidiar, ahora, con la bronca del diablo y con esa joya del derrotismo travestido de designio divino: somos privilegiados en el martirio. Si el Papa quiso decir que México es un país especial, apasionado y devoto, proclive a los contrastes y, muy, muy guadalupano, sus metáforas dejan mucho que desear. En caso de que quiera llamarme y discutirlo, mis datos están al calce.

julio.trujillo@3.80.3.65

Twitter: @amadonegro

Temas:
TE RECOMENDAMOS:
Javier Solórzano Zinser. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón