El Sol sostenido que brilla en la memoria

Paquito D´Rivera

Hay gente de la cual no hay que decir su nombre para que se sepa de quién se está hablando. Por ejemplo, cuando en el fabuloso ambiente musical de la Cuba de los años 40 y 50 del siglo pasado, se mencionaba a “La Única”, la imagen de Rita Montaner iluminaba el rostro de sus miles de admiradores; y cuando se decía: “Hoy dirige el maestro”, todo el mundo sabía que se trataba del pianista y compositor Ernesto Lecuona.

Nacido en la Villa de Guanabacoa el 6 de Agosto de 1895, y fallecido en Islas Canarias, España, el 29 de Noviembre de 1963, Lecuona es sin duda el más representativo de los compositores cubanos, y uno de los poquísimos músicos no ibéricos en ocupar un lugar relevante en las antologías de la zarzuela y de la música española en general.

Alumno de su hermana Ernestina, y de otros pianistas notables de la época: Hubert de Blanck, Joaquín Nin Tudó y Carlos Alfredo Peyrellade, entre otros; desde muy niño mostró sus dotes de pianista excepcional, aunque con el paso del tiempo, una brillante carrera como intérprete de piezas pianísticas internacionales se vio sacrificada por la enorme popularidad de sus propias obras.

Poseía una prodigiosa mano izquierda y un estilo peculiarísimo para usarla en la ejecución de sus danzas y otras composiciones para teclado, las cuales, junto a sus piezas vocales, forman parte del repertorio de muchos grandes pianistas y cantantes alrededor del mundo.

Cierta vez estando en Zaragoza, el guitarrista y compositor Leo Brouwer —nieto de Ernestina Lecuona— nos comentaba con cierta amargura como los jóvenes pianistas cubanos conocían sólo de oídas el nombre de Ernesto Lecuona, e ignoraban casi por completo la obra y la apasionante historia de aquel coloso que hiciera aportes extraordinarios a la pianística contemporánea, y que creó e inspiró orquestas que todavía existen.

El hijo ilustre de Guanabacoa compuso música para el teatro, el cine, la radio y la televisión, además de abrigar y cultivar, bajo su positiva aureola, figuras ilustres como Esther Borja, Rita Montaner, Ignacio Villa (Bola de Nieve), Sarita Escarpenter, Luis Carbonell y Bebo Valdés.

Finalmente, separado injustamente de su puesto como presidente de la Sociedad de Autores Musicales de Cuba, harto de tantas arbitrariedades: como tantos otros miles de compatriotas suyos, el autor de La comparsa se marchó al exilio poco meses después de la llegada de Fidel Castro al poder.

Murió en 1963, relativamente cerca de la tierra que le inspirara su hermosa suite Andalucía, pero tristemente alejado de la patria en que nacieran obras imprescindibles como “Siboney”, “Rosa la China”, María la O, “Niña Rita” y tantas otras páginas inmortales de nuestra música.

Irónicamente, en el centenario de su natalicio en 1995, un grupo de admiradores del Maestro y algunos de aquellos mismos “fiebrudos”, que 35 años atrás le hicieran la vida imposible, organizaron en La Habana un Concurso-Festival Internacional en honor al destacado artista, quizás como una prueba más de que el Sol no se tapa con un dedo. Ernesto Lecuona es un Sol Sostenido, inmenso, que brilla en nuestra memoria: melodía infinita que está en el corazón de cada cubano de aquí, de allá, de hoy… Ernesto Lecuona por siempre!

(Nueva York, Julio 28 de 2015)

paquito@aol.com

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