Luciano Pascoe
Los dos países insignia de la alianza bolivariana están en proceso de transformación. Argentina y Venezuela celebraron elecciones y, en ambos, los gobiernos fueron derrotados en las urnas.
Tanto Nicolás Maduro como Cristina Fernández mostraron su corto talante democrático, desde el anuncio del fantasma de la derecha neoliberal e imperialista que se volcaría contra el pueblo bueno (o más aun el gobierno bueno) hasta sus respectivas actitudes tras la derrota.
En Venezuela, la oposición se unió por fin y formó la Mesa de Unidad Democrática que, apenas el domingo pasado, logró escaños suficientes en el Congreso para alcanzar mayoría calificada, con lo que puede convocar a una asamblea constituyente, renovar el poder judicial y los órganos electorales sin necesidad de los votos del oficialismo.
La respuesta de Maduro fue decir que había “ganado el mal”; pidió la renuncia de todo el gabinete y advirtió que, en caso de que la asamblea convoque a un referendo sobre la revocación de su mandato, estaba listo para el combate. Nicolás Maduro dijo aceptar la derrota pero no está dispuesto a aceptar sus consecuencias.
El resultado se la cobra a los ciudadanos. En uno de sus acostumbrados mensajes en cadena, dijo que él quería construir medio millón de viviendas en 2016, pero que ahora lo estaba dudando “no porque no pueda”, sino porque pidió el apoyo en las elecciones y no lo recibió. Chantaje total.
Maduro rechazó ya dialogar con la mayoría parlamentaria que iniciará sus funciones en enero próximo con lo que, de facto, desconoce el resultado de las urnas.
Argentina se fue al balotaje, donde Mauricio Macri derrotó al oficialista Scioli. Cristina no pudo manejar la derrota y decidió patear la mesa; en lugar de acudir a la ceremonia, optó por romper toda negociación. Macri asumió el cargo sin que Fernández le entregara la banda presidencial y el simbólico bastón.
Más aún, la noche previa, los seguidores de Cristina se manifestaron para respaldarla, acusaron de golpe de Estado a Macri —haga usted el favor— y la juez que declaró que su mandato terminaba con el último minuto del miércoles.
Por encima de los simbolismos, Cristina usó sus últimas horas en la Casa Rosada para emitir decretos que golpearían las finanzas del gobierno federal; y su último día para, entre llantos, llamar a su público a reivindicar los 12 años de los gobiernos suyo y de su esposo y retar a su sucesor, al tiempo que advirtió de la entrega de su país a los intereses imperialistas.
El paralelismo entre Maduro y Fernández es amplio. Chavistas y kirchneristas perdieron sus elecciones y acusan intervención desde el exterior; son derrotados y llaman a la confrontación; ninguno acepta el fondo de la decisión del electorado.
La democracia en América Latina tiene aún muy cercanos los regímenes autoritarios que encumbran a líderes más que a instituciones.
El gusto por la victimización de los derrotados cautiva por encima del entendimiento que, en democracia, la comprensión de la derrota es el primer elemento indispensable para la construcción de una victoria de largo plazo.
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