Cuba: el partido y el futuro

En el mundo de la opinión y análisis políticos, pocas cosas son más fútiles que la futurología desinformada. De ahí que, convidado a reflexionar sobre el venidero VII congreso del Partido Comunista de Cuba, me concentre en pocas aristas del asunto, abreviando de la experiencia e información disponibles. Éstas son el estado actual del PCC; la composición interna del liderazgo y sus funciones en la Cuba postCastro (2018).

Partido gobernante —y único legalmente reconocido— el PCC cumplió, desde su creación, un conjunto de funciones relacionadas con diversos objetivos personales y colectivos de militantes y dirigentes. Que incluyeron un lado social —servir como mecanismo de ascenso para la militancia y de movilizacion para las élites— y otro político (espacio acotado para la participación y discusión de las bases y el control/adoctrinamiento de la dirigencia); entre otras. Ambas en relación con una legitimidad mayoritaria del gobierno ante la población, palpable hasta la década del 90.

Hoy, aunque sea difícil acceder a fuentes que midan el estado real de la opinión ciudadana, es posible constatar que el apoyo de antaño no existe más. Al partido siempre le fue díficil representar —en su rol constitucionalmente asignado de vanguardia nacional— los intereses de la poblacion insular; por cuanto su membresía ha sido siempre inferior al 10 por ciento de aquella. Cosa que se complica hoy por la creciente desafiliación de intelectuales y artistas, estamentos sociales encargados del pensamiento y la formulación agendas de reforma. Sin embargo, en tanto formación ascendente —en etapas de bonanza y subsidio soviético— la inserción en el PCC podía significar una vía real para el ascenso y reconocimiento sociales. Ello dentro de una economía y sociedad mayormente sintonizadas con las expectativas, valores y normas oficiales. Si a eso sumamos una poblacion más joven, que ingresaba a las organizaciones comunistas, encontramos un PCC más vital que el actual, con sus 720 mil militantes dentro de un universo de 11 millones de cubanos.

Despues de 1989, los factores adversos crecieron. La crisis geopolítica e ideológica del socialismo mundial; la creciente presencia del dólar, el mercado y las desigualdades dentro de la sociedad cubana; así como la interconexión de la cultura nacional con estéticas, ideologías y flujos de comunicación globalizados (y capitalistas) ponen en solfa la legitimidad del PCC ante una poblacion descreída y cansada. Ideológicamente, el intento de combinar el viejo marxismo-leninismo con el republicanismo martiano revela más de un costurón mal zurcido. El envejecimiento poblacional y la elevada migración, unidos al creciente sector privado, merman la afiliación de nuevos militantes. Para botón de muestra, en el VII Congreso, los delegados jovenes serán apenas medio centenar dentro del millar de participantes. Y la ausencia de debate previo, así como el incumplimiento de casi tres cuartos de los acuerdos del anterior congreso, relacionados con el paquete de reformas en curso, revelan déficits del funcionamiento partidista.

De modo que, en léxico gramsciano, el PCC ha dejado de ser hegemónico

—ha perdido la batalla cultural e ideológica— para ser, en función de sus aparatos de control y sanción, dominante. Si se atiende lo que producen los intelectuales críticos del establishment, las opiniones aparentemente apolíticas del cubano de a pie y las pocas encuestas con visos de seriedad disponibles (http://huelladigital.univisionnoticias.com/encuesta-cuba/) no hay forma de rebatir esa apreciación de crisis institucional.

Pero una cosa es, como demuestran las dictaduras de medio planeta, mermar en legitimidad y otra muy distinta perder el poder. De ahí que la dirección del PCC se vea abocada, antes que a seducir al público de CNN, a reformular su mandato procurando varios objetivos concretos. Primero, la reconstrucción de una base social integrada, de forma inestable, por muchos viejos trabajadores desfavorecidos con los cambios y algunos nuevos privilegiados de las reformas. A los primeros les mantendrán la propaganda y ciertos programas sociales, ambos factores en declive. A los segundos, les deben garantías —legales y materiales—de que sus recién adquiridos o ampliados privilegios no están en juego, en la nueva etapa de socialismo próspero.

Segundo, procurar un equilibrio entre los tres segmentos integrantes de la dirección del país. Éstos son los militares (dueños de los instrumentos de represión y de buena parte de la economia dolarizada), la burocracia tradicional (necesaria para el control ideológico y el funcionamiento de la admnistración) y la tecnocracia (ligada a la inversión extrenjera, privada y negocios internacionales); según el orden actual. Y no es razonable esperar un desequilibrio de esta alianza, pese al mayor peso relativo que ocupa el sector castrense y la creciente presencia de los tecnócratas.

Sobre los rostros tras el trono hay, allende la especulación, poco que decir. Probablemente Alejandro Castro Espín y Luis Alberto Rodríguez López Callejas —hijo y yerno de Raúl Castro, a cargo, respectivamente, de organismos de inteligencia y del conglomerado financiero empresarial de los militares— obtengan mayor aval, dentro del Comité Central o el Buró Político, para sus actuales poderes. Pero el vicepresidente Díaz Canel podría salir del VII Congreso con espaldarazo necesario para que su mandato presidencial en 2018 no sea desafiado. Si prevalence un modelo putinista (con personalización, presidencia rotativa y militarizacion del poder); chino (con dirección colectiva en manos de la burocracia civil del partido) o una mixtura tropicalizada de ambas, se verá en pocos días. Eso sí, sin vocación suicida, los apparatchiki criollos saben, como señalan los expertos*, que una autocracia con partido fuerte y mecanismos de deliberación intraélites resulta mas estable y duradera que un autoritarismo personalista o castrense.

Lo que queda claro es que el tránsito de un régimen híbrido con partido hegemónico y oposición legal, aunque disminuida, no aparece en la agenda oficial del gobierno. Pese a la especulación con nuevas leyes electorales y asociativas, los dirigentes cubanos no sienten la presión suficiente para acometer una apertura a la competencia política. Ante ese atrincheramiento (post) totalitario del gobierno (http://www.granma.cu/septimo-congreso-del-pcc/2016-04-10/sin-el-partido-no-podria-existir-la-revolucion-iv-y-final-10-04-2016-21-04-56), la oposición cubana deberá redefinir sus estrategias, si quiere jugar en serio de cara al escenario del 2018. Uno donde, como decimos los politólogos, se ubica la coyuntura crítica que definirá, por al menos otras dos décadas, los futuros políticos del país caribeño.

*Milan W. Svolik,The Politics of

Authoritarian Rule, Cambridge University

Press, New York, 2012

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