El zar en su cenit

Tras 16 años de dominio en la política rusa el poder de Putin parece incólume. Lo sorprendente es que ese dominio va avalado por dosis altísimas de auténtica legitimidad, según atestiguan los más recientes resultados (http://es.rbth.com/pol%C3%ADtica-y-sociedad/2016/04/28/la-popularidad-de-putin-alcanza-el-82_588829) de casas encuestadoras de alta credibilidad profesional. Ni la crisis económica, la disputa con Occidente o los escándalos de corrupción en las élites han minado la popularidad del mandatario eslavo.

Tamaño éxito puede tener causas diversas, incluso complementarias. El contraste entre la seguridad y bonanza de la era Putin y el caos de la etapa Yeltsin. Los elementos personalistas y autoritarios predominantes en medio milenio de historia y cultura política rusas. Los equilibrios entre pragmatismo económico y endurecimiento político sostenidos por el Kremlin. La propaganda nacionalista y putinista difundida por televisión, principal fuente informativa de la población rusa. O todo junto.

Pero el éxito se basa, también, en un agudo olfato político. Vladimir Vladimirovich ha vuelto, en los últimos meses, la vista a su gente. Retomó en sus discursos el tono civil y las alusiones críticas a los problemas domésticos. Con la mira puesta en las presidenciales de 2018, permitió la recomposición parcial del árbitro electoral, con figuras aceptables para una oposición huérfana de apoyo ciudadano y liderazgo político. Ha aceptado la reducción de los ritmos de crecimiento del gasto militar y puesto cierta pausa a los nacionalistas y eslavófilos interesados en arrastrar al país a un conflicto con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Sin embargo, de producirse su reafirmación como candidato oficial -y eventual ganador- en 2018, el para entonces envejecido Putin puede ser víctima de su éxito. El sistema que ha creado en torno suyo carece de un sustituto (re)conocido y socialmente aceptable; no hay un partido oficial capaz de emular con el viejo PRI mexicano o el Partido Comunista chino en la gestión de los recambios generacionales y el manejo de los conflictos intraélites y sociales. El modelo autoritario y populista ve peligrar sus sostenibilidad por la mengua de los ingresos petroleros, el atraso tecnológico de la economía y el envejecimiento de la población. Y las franjas críticas de la población -clases medias ilustradas, movimientos sociales, nuevos pobres- si bien no constituyen aún un desafío al poderoso mandatario, no parecen debilitarse. Como Don Porfirio en los albores del siglo pasado, Putin deberá atender a esos desafíos, antes que amenazan seriamente los cimientos del régimen construido, con su empeño y hegemonía personal, por casi un cuarto de centuria.

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