El oso y el dragón

Vladimir Putin concluyó una visita de alto nivel a China donde, acompañado por políticos y empresarios rusos, reforzó los nexos de Moscú con su vecino y aliado oriental. Suscribiendo o examinando sendos convenios en materia de infraestructura, energía, armamento e informática. Y planteando, en conjunto con su homólogo Xi Jingping, el rechazo de ambas potencias a la visión y agenda política de Occidente.

Rusia y China tienen mucho en común. En tanto regímenes autocráticos, comparten su recelo al modelo democrático al que -tramposamente- asocian reduccionistamente con la cultura e historia de Estados Unidos y Europa. Sus fuerzas armadas tienen a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y sus aliados regionales -Japón entre ellos- como enemigos principales. Sus economías buscan un marco de integración comercial y financiera alejado al del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), fomentando esquemas de cooperación alternativos como los de Sanghai y los foros periódicos de los BRICS.

Pero también mantienen importantes diferencias. Rusia es un aliado de Vietnam, enfrentado a China en su expansionismo aeronaval en los mares meridionales. Moscú y Beijing compiten en su padrinazgo al incómodo régimen norcoreano. Y sus instrumentos de política exterior –la presión militar ruso, el musculo económico chino- operan sobre lógicas, objetivos y aliados diferentes.

Un saldo poco atendido de la visita es la colaboración de ambos gobiernos en la promoción del autoritarismo a escala internacional. Mediante la cooperación en la censura de Internet, el apoyo a regímenes impresentables -como varias dictaduras centroasiáticas o africanas- y una agresiva política comunicacional -que fomenta televisiones y diarios afines- Moscú y Beijing operan en contra de la democracia. Y sus estrategias coinciden en lo que politólogos, como Larry Diamond (http://jhupbooks.press.jhu.edu/content/authoritarianism-goes-global), han identificado cómo una ofensiva y difusión autoritarias de alcance global.

En momentos en que Latinoamérica, Europa y hasta EU son sacudidos por la emergencia de fuerzas antisistema y el ascenso de líderes populistas, tal alianza debería preocuparnos. Porque, como nos alertó a Albert Camus: “La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas”.

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