Me dueles México

Hace unos meses tuve una diferencia de opinión con un amigo que está convencido de que si no ardemos de indignación todos los días por la violencia en México, la falta de procuración de justicia y de transparencia y tantas otras desgracias, entonces estamos muertos o no somos “verdaderos” mexicanos.

Confieso que todas las expresiones en redes sociales de “dolor por México” me parecen llenas de histrionismo que pone en el centro de la escena al “doliente” y no de lo que se duele. Me pasa lo mismo con periodistas, ensayistas y escritores sollozantes, que buscan a los malos y a los buenos en todas los asuntos de la vida pública.

Lo que quiero enfatizar en estas líneas es que todos tenemos puntos ciegos: lugares oscuros que no nos permiten ver realidades complejas por razones estrictamente biográficas. Es decir, alguien que vivió pobreza en la infancia se sentirá especialmente agraviado por la pobreza y la desigualdad. Las mujeres, casi todas acosadas, nos hemos vuelto fieras que saltan ante la más mínima expresión de machismo. Todos hemos corregido a los demás, no desde el lugar de la “objetividad” sino desde la historia personal. Recuerdo a un exdirector de una ONG que apoyaba cualquier tipo de manifestación callejera aunque fuera violenta y delincuencial; en privado, confesaba que era un eterno adolescente-rebelde con causa, porque había sufrido el autoritarismo de su padre durante mucho tiempo; porque su opinión en la casa del viejo jamás era tomada en cuenta y encontró en la defensa a ultranza de la libertad de expresión, una forma de sublimar un asunto personal no resuelto con su padre.

El desacuerdo es algo que llevamos muy mal y no soportamos que nos critiquen. Quizá porque es fácil provocar a quien no está seguro (¿quién lo está?) de sus convicciones. Muchos se duelen de la crueldad expresada en las redes y sin embargo siguen participando, esperando un paseo en góndola. En el fondo, no toleramos que la gente diga lo que piensa o nos parece fantástico solamente cuando coincide con nuestros sesgos de ideología, de raza o de clase social.

Pero hablando de vínculos significativos y no de la masa estúpida que opina en las redes, no entiendo una relación en la que no sea posible la pelea, la argumentación o el desacuerdo. No sé cómo sería conocer de fondo a alguien si impera el miedo a su reacción. Escucho una idea repetirse: no puedo decir lo que pienso porque se va a enojar, me va a dejar de hablar o me va a recibir con una cara larga la próxima vez que nos encontremos.

Si me dan a elegir, escojo a quienes enfrentan el conflicto sin asumir que correrá la sangre. Prefiero decir lo que pienso asumiendo las consecuencias incontrolables de la palabra.

Lamento, eso sí, que mi amigo me haya dejado de querer por ser una mala mexicana que vive medio muerta porque no se duele (públicamente) igual que él por México, un accidente geográfico o la patria amada. Que cada quien lo decida.

*Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa desde hace 15 años. Este es un espacio para la reflexión de la vida emocional y sus desafíos.

valevillag@gmail.com

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Javier Solórzano Zinser. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón