Rusia 2018: el punto de quiebre

Rusia está entrando, de cara a las presidenciales de 2018, en una fase sui géneris de su evolución política. El liderazgo y popularidad de Putin alcanzan hoy niveles siderales entre la población. Y no se trata de un apoyo prefabricado, en lo fundamental, con los ladrillos de la exclusión ajena. Pues si bien es cierto que el Kremlin hace uso extenso del ventajismo de recursos públicos, policíacos y mediáticos: las personas aún pueden expresar, en cierto modo, su opinión, acceder a información alternativa y ser consultados por canales más o menos autónomos. En Rusia hoy (sobre)viven medios independientes, manifestaciones y partidos opositores y encuestadoras de sólidas credenciales. Acosados, cierto, pero existentes.

A diferencia de la Cuba castrista, la Norcorea de los Kim o incluso la China del nuevo emperador Xi, los rusos –o al menos una parte mayoritaria de éstos– han empoderado al autócrata por canales formalmente democráticos. Y lo continúan haciendo, en cada encuesta, marcha, blog o canción que ensalza su poder. Fenómeno frente al cual las explicaciones psicológicas -el alma rusa afecta al hombre fuerte-, históricas -el desastroso legado neoliberal- y sociológicas -la población formada a medio camino del estalinismo y capitalismo salvajes- no se bastan por si solos para dar una respuesta eficiente.

Sin embargo, lo preocupante de todo ello es: qué sucederá si el zar, incapaz de recibir reproches o un voto fuerte de castigo de sus ciudadanos, decide aferrarse a la política más allá de 2018. Pues para entonces harán de las suyas las lógicas inercias de la vejez, los círculos de cómplices y cortesanos –parásitos de un mandato prolongado e incontestado– y las complejidades irresueltas de una sociedad y economía a medio camino entre el Estado paternal y globalización.

¿Se convertirá Putin en un anciano senil, incapaz de preparar, con orden y consenso, su sucesión? ¿Emulará a Mao o a Deng Xiaoping? ¿Provocará, en el mejor estilo porfirista, la confusión de sus aspirantes a herederos y la revolución de los impacientes? ¿Pasará Rusia de una democracia dirigida –autoritarismo más o menos electoral y competitivo– a una autocracia cerrada, más semejante a sus antecedentes soviéticos? ¿En que medida la continuada hostilidad con Occidente favorecerá los escenarios de cerrazón interna? Hay demasiadas preguntas de cara al 2018….tantas como impactos globales de las formas en que se resuelvan las contradicciones de la sociedad, cultura y sistema político rusos.

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