Esta semana, un video atribuido a los miembros del autodenominado Estado Islámico, anunció que van por Putin hasta su guarida en Moscú. La amenaza no es nueva, pues ya otras veces en redes y combates los extremistas islámicos han atacado a los soldados, funcionarios y civiles rusos. Pero, en la coyuntura actual, la noticia puede provocar ciertos coletazos, nada agradables.
Lo primero es el natural efecto de refuerzo que tendrá, ante sus admiradores y aliados, la figura de Putin, presentado como “luchador contra el terrorismo”. En un momento en que los suicidas siembran el terror en calles de Europa y EEUU, las operaciones rusas en Siria aparecen ante un sector de la opinión pública mundial como muestra de determinación y eficacia en el combate al extremismo de ISIS y sus variopintos aliados. “Acéptenme como un amigo leal, admírenme por mi firmeza y, llegado el caso, llámenme en su auxilio”- podrá decir ahora el jerarca del Kremlin, ante los impotentes gobiernos de decenas de naciones euroasiáticas.
Lo segundo es el devastador impacto de la oleada terrorista global para el funcionamiento de unas democracias oxidadas, llenas de ciudadanos descreídos y, en sus estratos más jóvenes, ignorantes de las tragedias que tuvieron que pasar sus abuelos para construir semejantes regímenes (imperfectos) de libertad y justicia. La tentación de acudir a métodos policíacos, limitar los derechos civiles e implementar torpes políticas populistas y antinmigrantes es el mejor regalo que podemos hacer a los enemigos de la civilización moderna, laica y democrática. Y en muchas partes se lo estamos haciendo (http://runrun.es/opinion/273309/dos-anos-del-califato-del-terror-por-kenneth-ramirez.html), so pretexto de defender la democracia con métodos autoritarios.
La política es siempre un asunto relacional: las agendas, actores y jugadas se (re)definen dinámicamente en función de las alternativas en el orden global. Y es que ante la masacre descentralizada, sistemática y fanatizada de los islamistas, la restricción paranoica de libertades ganadas o la alianza con autocracias de estado –más racional y no por ello menos crueles que los yihadistas–, parecen opciones preferibles para algunos estadistas atolondrados y millones de asustados ciudadanos de las poliarquías existentes.
En ese sentido, la amenaza (y actos) de ISIS no significan un recurso efectivo que provocará la salida del poder de Putin. Todo lo contrario: servirán como coartada para aumentar la legitimidad de su régimen. Y pondrá a las asediadas democracias mundiales a elegir el mal menor, entre Escila y Caribdis. Nada, que volvemos al mundo terrible y cambalache de 1940. En versión 2.0
colaboradores@razon.mx