Autocracia y transparencia son, como regla, opuestos. Sin embargo, como fenómeno político global y complejo, las autocracias guardan entre sí las distancias que marcan la historia, cultura y sociedad que les cobija. En Rusia, el régimen de Putin –autoritarismo que oscila entre competitivo y hegemonico– ha permitido hasta la fecha un Internet relativamente libre, medios de comunicación autonómos y centros de análisis y monitoreo de la realidad nacional. Lo que lo pone a medio camino, en lo relativo al control comunicacional, entre el neopopulismo andino y el postototalitarismo chino.
Pero ayer algo levantó alarmas en Rusia. El Ministerio de Justicia incluyó a la encuestadora Centro Levada en la categoria de “agente extranjero”. Sin abundar en los antecedentes y detalles del hecho –magistralmente reseñados por Pilar Bonet1 e Iván Nechepurenko2– la medida anticipa la clausura de la principal –y confiable– fuente de información estadística sobre tendencias y percepciones de la sociedad rusa. Justo días después de que Levada revelara la creciente duda y desinterés ciudadanos acerca de la limpieza y valía de las próximas elecciones legislativas.
Con esta medida, más allá de los desempleados del Levada y de los académicos hambreados de data, lloverán perdedores. La ciudadanía rusa, privada en su derecho de conocerse y contarse desde la suma de preferencias individuales, no podrá sino suponer cuantos amigos, desconocidos y parientes comparten expectativas e insatisfacciones. Los funcionarios, atolondrados por la propaganda y temerosos de decepcionar a Putin, perderán una fuente de información para afinar las politicas públicas. Y las encuestadoras sobrevivientes, como el oficial Centro de Estudios de la Opinión Pública Rusa, se cuidarán aún más de incomodar al poder con revelaciones indiscretas al gran público.
Putin y su círculo, paradójicamente, podrán sentirse hoy triunfadores pero, en una perspectiva de amplio calado, también pierden. Porque si apuran el cierre del Levada revelan al mundo –y a su población– temor sobre la mengua, moderada pero creciente, de su popularidad. Y, como el decrépito Breznev y sus ancianos camaradas, optarían por el inmovilismo, la opacidad y la complacencia. Que, a la postre, llevan al precipicio.
¿Qué seguirá a esta medida? ¿Amurrallarán –China style– Internet? ¿Clausurarán medios como Moscow Times o Moscu Eko? ¿Cerrarán la Universidad Europea petersburguesa y el Carnegie Center moscovita? ¿Suspenderá un Putin solipsista los diálogos televisados con sus compatriotas? Para un sistema que deberá afrontar los escenarios post-2018 con un líder envejecido y un Rusia Unida descafeinado, privilegiar el control ante la gobernanza sólo revelará la incapacidad oficial para recrear la hegemonía. Retornando al pasado.
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