A lo largo de esta semana fuimos testigos del modo tan diverso, y aparentemente intrínseco, en que la corrupción forma parte de nuestro sistema político. Peor aún, los distintos personajes expuestos y la diversidad de acciones denunciadas, hacen parecer que esta lacerante práctica se encuentra tan arraigada en nuestra clase gobernante, que resulta simplemente imposible de erradicar. Y lo que resulta más lamentable es el hecho de saber que no hace distingos de ningún tipo, todos participan de ella por igual.
Las acusaciones y denuncias comenzaron con la filtración de un burdo video (días después vendría otro) en el que la ahora tristemente célebre Eva Cadena –hasta entonces candidata de Morena a la alcaldía de Las Choapas, Veracruz– fue captada aceptando medio millón de pesos de una “desconocida” para apoyar la campaña de Andrés Manuel López Obrador. Por su parte, Andrés Manuel se limitó a denunciar un “cuatro de la mafia del poder”, al tiempo que el líder nacional del PRI, Enrique Ochoa, tuvo el arrojo de exigirle la renuncia en tanto se llevaban a cabo las investigaciones relacionadas con el video difundido –sí sí, la solicitud provino del presidente del mismo partido de Javier y César Duarte, Tomás Yarrington, Roberto Borge y Humberto Moreira, exgobernadores todos con negro pasado por enriquecimiento ilícito y desvío de recursos. Simplemente el chiste se cuenta solo.
Por otro lado, un día después de estos hechos vino el debate entre los candidatos a la gubernatura del Estado de México. Nada que resaltar del rígido y aburrido formato ni de las pobres propuestas presentadas por los candidatos, salvo por el ridículo momento en que se abordó el tema de la corrupción y se destapó la cloaca, todos contra todos. Que si Josefina se robó mil millones de pesos a través de la fundación Juntos Podemos; que si Delfina le cobraba diezmo a sus empleados mientras fue alcalde de Texcoco; que si OHL y Grupo Higa financian la campaña de del Mazo con todos los contratos que les dio en su paso por Huixquilucan. Pero más sorprendente aún resultó el poco interés mostrado por cada uno de los involucrados, ya fuera para insistir en los señalamientos o para deslindarse de las acusaciones, pues resultó evidente que en ese lodazal todos salían embarrados.
Más allá de parecer un mal chiste, los hechos ponen de manifiesto que la corrupción no distingue entre partidos. Todos le entran y todos viven de ella, la interiorizan como una característica de la forma de hacer política en nuestro país al grado tal que, las más de las veces, corrupción y clase política puede usarse como sinónimo de forma indistinta. Como ejemplo, podemos remitirnos al caso de Javier Duarte, convertido en el villano favorito de todos y en la encarnación absoluta de la corrupción. No por nada el inmortal dicho de que político pobre es un pobre político.
Ciertamente los gobernadores están dejando de ser esos tlatoanis intocables que pasaban a una especie de inmortalidad una vez concluida su gestión, con el disfrute despreocupado de todas las riquezas acumuladas. Ahora, ser exgobernador poco a poco se va convirtiendo en una de las profesiones más arriesgadas, en donde en el momento de dejar el cargo, abandonan el nirvana y se convierten en parias de un día para otro.
Pero por más placer que pueda provocarnos la acción de volver tocable a quien durante seis años fue intocable, Duarte no deja de ser un chivo expiatorio del mismo sistema corrompido, nos guste o no. Porque no nos equivoquemos, el que haya tan pocos exgobernadores tras las rejas, no es sinónimo de honestidad en el ejercicio del cargo, sino de impunidad para acusarlos y castigarlos. ¿O será que realmente exista un gobernador, presente o pasado, que tenga el valor de arrojar la primera piedra?
Haber pospuesto nuevamente la designación del fiscal anticorrupción –esta vez al menos hasta pasadas las elecciones de junio– del otrora flamante Sistema Nacional creado para atacarla, habla mucho del verdadero interés que existe en tomar acciones concretas para erradicarla. La corrupción es la madre de todos los males que aquejan al país, y al parecer lo seguirá siendo por muchos años más. Un panorama nada alentador –como cualquier otra semana– de la forma de hacer política en nuestro país.
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